Por Cristina Ivanec, arquitecta.
Matrícula Nacional 16404 // Matrícula Pinamar 971
Comprometido con la docencia, enamorado de la ciudad que lo vio nacer, incansable creador, con un enfoque humanista y orgánico de la arquitectura que le valió reconocimiento nacional e internacional en ámbitos no sólo vinculados con su profesión, caracterizaron al arquitecto Daniel Almeida Curth. Había nacido en el barrio platense de Circunvalación el 24 de diciembre de 1921.
Inició su prolongada y fecunda trayectoria académica durante los años 40, cursando el profesorado de Escultura en la entonces Escuela Superior de Bellas Artes de la UNLP; tras graduarse en 1953, continuó sus estudios en la Facultad de Arquitectura de la UBA, de la que egresó tres años más tarde. Desde entonces, y a lo largo de medio siglo, alternó su prolífica labor como arquitecto con la docencia en la facultad de Arquitectura de la UNLP; también dio clases en las entonces “escuelas superiores” de Bellas Artes y Diseño Industrial de la UNLP -que batalló por jerarquizar-; y en las facultades de Arquitectura de la Universidad Católica local, la Universidad Provincial de Mar del Plata, y la Universidad de Morón. Se desempeñó como secretario de Obras Públicas (1957-58); un lustro después, durante un breve lapso de la intervención federal de 1962, fue titular de la cartera educativa bonaerense.
En el plano institucional, ejerció la vicepresidencia de la Federación Argentina de Sociedades de Arquitectos (1961-63); fue decano de la facultad de Arquitectura de Mar del Plata (1962); de similar unidad académica -de la que fue creador- en la Universidad Católica platense (1967); presidente del Club San Luis; y uno de los principales impulsores del MACLA. En La Plata, no hubo taller ni estudio ligado a la arquitectura que no lo reconociera como un referente ineludible de la profesión que gustaba definir como “un arte vital”, filosofía que tradujo en obras como los edificios de 1 y 46; 11 entre 48 y diagonal 74; y 47 entre 10 y 11 -1er Premio Provincial de Arquitectura-; las casas Catoggio -50 entre 1 y 2-, Posik -53 entre 15 y 16- y Nieto -49 entre 17 y 18-; su emblemática “casa-estudio” de 49 entre 11 y 12, junto al palacio López Merino; y la torre con “fachada de madera” de 48 entre 6 y 7. También en el Centro Cultural y Médico donado en 1971 por la Argentina a la ciudad peruana de Chimbote, que había sido asolada por un terremoto.
En Pinamar dejó su huella con el proyecto de “La Casa del Árbol”. Se trata de una obra comprometida con el sitio que propone una planta libre y refuerza la continuidad espacial del terreno. Un volumen de piedra sostiene una cubierta de hormigón armado de la que cuelga un entrepiso liviano de madera, según sus palabras. “Materialidad y espacio responden a una misma idea. Esta vivienda plantea un juego metafórico ante el paisaje arbolado, un complejo planteo estructural que se comporta como un árbol. Un núcleo central que toca el piso y el resto de los ambiente colgados como ramificaciones de este espacio”.
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