Por Gustavo Núñez Fue columnista de varios Diarios en Latinoamérica, Autor de la novela Pampa y la vía, y miembro de la Sociedad Argentina de Escritores.
Instagram: GAT.ONUNEZ
El espíritu que le da vitalidad a nuestra todavía escuálida democracia, es la opinión de los unos y los otros, y la ausencia visible de ellas para discutir una política de Estado en la que se acuerde una estrategia a mediano o largo plazo, es la razón por la que atravesamos nuestras recurrentes crisis. Ahora, paradójicamente el peligro que llevan encubiertas estas diferentes miradas y propuestas, (cuando estas finalmente se producen), están en sus verdades relativas y en sus verdades absolutas, muchas veces, contaminadas de ambigüedades y vaguedades. Mientras tanto, detrás de estas mezquindades semánticas y políticas, se esconde agazapado un mayor y perturbador peligro para la democracia, y que viene mutando a través de la historia. La Posverdad.
Este sistemático mecanismo de comunicación, es un mercenario sin ideologías, que, desde un imaginario Panóptico, observa arrogante, como carancho hambriento, a la espera de atrapar a su presa preferida: la opinión Pública.
Su aparición en sociedad comenzó visiblemente durante la segunda guerra mundial, en cabeza del jefe de ministros del Reich, Joseph, Goebbels, utilizando pragmáticamente al cine, como herramienta de propaganda el pensamiento único, cuya primera película, “El Judío errante”, en formato de documental, no tuvo solamente como estrategia la penetración y creación de una concepción antisemita, sino que ha sido la matriz de un despertar que, con el devenir, fue mutando hasta el día de hoy en la búsqueda permanente de “enemigos externos”. Fue justamente Stalin, quien toma la posta de esta renovada manera de comunicar, naturalizando las emociones políticas, y valorizando las creencias personalísimas, frente a los hechos fácticos que fueron ignorados.
A partir de 1992, emerge esta suerte de instrumento de comunicación con el nombre de Posverdad, y fue en boca del dramaturgo serbio estadounidense Steve Tesich, quien, señalándolo, lanzó las siguientes palabras en prosa narrativa: - “Lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido con resignación, vivir mansamente en un mundo donde reina la posverdad”.
En 2010, una revista medioambiental, define a la Posverdad, como una cultura política, donde los relatos en algunos medios de comunicación, especialmente en Internet y las redes sociales, sin editores responsables y sin filtro de ningún tipo, provocan el apartamiento de la política con la realidad, y en forma irrisoria, terminó diciendo con un tenor demoledor:- “Se ha llegado vergonzosamente al punto límite, que pese a la evidencia científica, la Posverdad, niegue hasta el mismo cambio climático.
En el 2004, en un libro de ensayos, Colin Crouch fue concluyente al advertir con severidad que, “las elecciones, ciertamente existen, y pueden cambiar gobiernos, pero el debate electoral público, se ha convertido en un espectáculo gestionado por equipos de profesionales”. (Y yo agrego): - no de politólogos, ni de personas que vienen de la gestión Pública, sino por “expertos” contratados por algunos candidatos en técnicas de persuasión”. ERGO: Las necesidades y el futuro de la gente de a pie, están en manos, en nombre de la Posverdad, en agencias de publicidad, y en licenciados en marketing, donde se promocionan los futuros gobernantes, por segmentos etarios y algoritmos, como quién está lanzando la marca de un nuevo modelo de automóvil.
Dentro de esta temeraria industria de comunicación, agazapada en un Caballo de Troya, se esconde la Posverdad, para finalmente, asomar con su lenguaje virtual, distorsionando la verdad para devaluar a un eventual opositor, llevando trágicamente a los ciudadanos al dilema de no poder diferenciar, la verdad de la mentira. Esa mentira, y el desprecio a la verdad, son las dos caras de una misma moneda. El mentiroso, sabe cuál es la verdad, sin embargo, la oculta, mientras tanto, lo novedoso de la Posverdad, es que la menosprecia.
La iniciativa de suspender las PASO, es una manera de ese desprecio a la opinión pública y carne de cañón para los seguidores de la Posverdad, dejando en manos “de la rosca” el futuro de nuestro país. Sea entonces bienvenido el debate público y el cruce de opiniones de todos los candidatos, para que los mismos, no se produzcan en la super estructura de nuestro país, dejando a la gente como actores pasivos frente a los posteos de la Posverdad, con grandes títulos en letras de molde y en formato de marquesina teatral.
Lamentablemente en los países más industrializados, “los profesionales de la verdad” están ganando la batalla, sin embargo, tengamos la esperanza, de que, habiendo llegado al fondo del aljibe, podamos dejar de una vez por todas, seguir bebiendo los desechos de la carroña, y que una forma transversal del debate político, permita emerger la claridad de un agua transparente y saludable.
Alguien acuñó alguna vez en Estados Unidos, en vísperas de las elecciones electorales entre George Busch y Bill Clinton, la frase: “Es la economía, estúpido”. En nuestra actual coyuntura, yo quiero, en versión libre, modificar un poco este ya legendario concepto: - Frente a la manipulación de la opinión Pública por parte de los entusiastas seguidores de la Posverdad, desde esta columna decimos: - No hay nadie entre el cielo y la tierra de los argentinos, que, frente a la evidencia, no admita, que el problema no está en la economía. Es nuestra cultura populista … estúpido.