Por GUSTAVO NUÑEZ. (Fue columnista de varios diarios de Latinoamérica, Dramaturgo, Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE. Autor de la novela, Pampa y la vía).
En 1918, un periodista del Chicago Herald, llamado L. E. Edwardson dijo: “Periodismo es publicar, lo que alguien no quiere que se publique” Intentaré respetar el espíritu de este principio.
Sobre fines del año pasado y principio del nuevo, los argentinos asistimos a dos hechos que nos conmovieron. La recuperación, después de treinta y seis años de la copa mundial de futbol, y desbordados de felicidad, un pueblo desalentado por la inercia del desencanto, expresó espontáneamente su humanidad en todas las plazas del país. Solo en la Ciudad de Buenos Aires, cinco millones de corazones latieron al unísono, sin que la violencia anunciada en este tipo de concentraciones, empañara esta fiesta compartida. La razón de la inexistencia de esta naturalizada aspereza, tiene que ver con el encuentro y no con el des-encuentro. Sería de una retórica irritante, explicar este concepto. La política institucional, tal vez tenga algo que decir.
En los primeros días del nuevo año, también presenciamos un segundo hecho. En vivo y en directo, ocho jóvenes, detrás de una máscara ¿pandémica? - ocultando, no sus rostros que ya casi todos conocemos, sino su desapego emocional a la hora de vincularse o desvincularse socialmente con otros. Estos ocho veinteañeros, sentados con miradas inexpresivas, marcadas como por un director de cine que, obviamente, no conoce de actuación, y frente a la evidencia de que sus máscaras no solo no han dado el resultado deseado, sino que han producido el efecto contrario, no son más que una serie de manotazos de ahogados, que pone en aguda evidencia, la crónica de un hecho inevitablemente probado.
El origen de estas conductas, suelen construirse desde la infancia, y cuando hablo de infancia, continúo con la adolescencia, dónde la ausencia de la familia y fundamentalmente desde el vacío de una política de Estado, la vinculación y la desvinculación, de los unos con los otros, fueron creando en los últimos veinte años, una generación perdida de jóvenes en términos desigualmente expresados, en el que la guerra de todos contra todos, para este sector que nos convoca, nos retrotrae a una comunidad primitiva, donde la regulación de conductas, a pesar de los siglos pasados, son para ellos, una mera enunciación vacía de códigos jurídicos y éticos.
Hace aproximadamente seis meses, publiqué mi primera columna en el Pionero, con un título que regresa a esta nueva entrega, como una brutal analogía: “Usina de una generación perdida”. Solo recordaré el primer párrafo que en aquella oportunidad escribí: “Un fantasma recorre la argentina, el fantasma de una política cultural, que ha creado en los últimos años, por omisión, negligencia, o por imperdonable intencionalidad, una usina de jóvenes, que, con el devenir, quedaron al garete. La ocurrencia de esta definición marinera, es tan solo una patética metáfora, que describe una realidad, que pretende ocultar detrás de la clásica retórica de manual, ¿dentro de una década ganada? la máscara de una generación perdida.
Gran parte de esta generación perdida y olvidada, se expresa de manera desigual. Unos, por razones económicas fueron quedando fuera del sistema, y han dejado de estudiar al encuentro de su propia supervivencia. Otros, finalizan como pueden, un nivel secundario mediocre, y salen como autómatas al mundo, en la búsqueda del azar, y también están aquellos que tuvieron la fortuna de una formación familiar sustentable y de una muy buena formación académica, parte de los cuales, vieron su futuro inmediato en el exterior del país.
Pero en medio de estas desigualdades, ha surgido también, una horda de lúmpenes, pletóricos de odio racial, misoginia, homofobia, entre otros atributos “culturales” de por medio, que con dinero o sin dinero en sus bolsillos, andan por la vida buscando la noche, y entre el alcohol y demás yerbas, su terreno de disputa, es literalmente, “tomar” como trofeo, la vida de quienes ocasional o accidentalmente, tuvieron el tupé, de mirarlos a sus ojos. Solo una manada descerebrada de imbéciles, puede producir la declinación de la víctima elegida.
Lo trágico de este juicio ventilado, es que, el mismo, no representa un hecho aislado, sino que, forma parte de acciones sistemáticas, producto de una sociedad contaminada por la desidia familiar y del Estado. Las familias, no pueden estar ajenas a la conducta de sus hijos, y el Estado, no puede desconocer, lo que sucede todas las noches en estos espacios, que fueron alguna vez, un lugar de diversión compartida.
La vanidad, alimentada, desde un sector ultra conservador, donde desde el púlpito del mismo seno familiar, el macho alfa, adoctrina a su hijo e tigre, con el método de la pos verdad, en la “creencia” absoluta del más fuerte, contra el más débil, fundada en que el hombre que carece de sentimientos, puede andar exitoso por la vida, con la frialdad de un reloj.
Mientras tanto, en el campo del conocimiento, del arte y del deporte, muchos jóvenes argentinos, muestran al mundo, su creatividad e innovación, otro tanto, se suma a este absurdo monstruo impersonal y deshumanizado.
La paradoja que muestra orgullosa el trofeo de un mundial recuperado y, por otro lado, unos veinteañeros, muestran desafiantes, el trofeo ganado, sobre una vida apagada … La paradoja argentina de los dos trofeos.