Por Federico Toledo
Director de la Licenciatura en Psicología, UADE
Chequear el fixture del mundial de fútbol e incluso especular con posibles escenarios que nos ofrece uno de los eventos más importantes del año, compartir mensajes en línea sobre las acciones durante el transcurso de cada partido, o recurrir incesantemente a la actualización del minuto a minuto en un encuentro decisivo, pueden ser características del Síndrome F.O.M.O (miedo de perderse algo). Durante los últimos años hemos naturalizado la utilización del smartphone como una extensión del propio cuerpo. Un objeto inanimado que substancialmente condiciona nuestra rutina y que nos acompaña a cada momento, incluso dentro del baño.
Sin embargo, resultaría de ficción pensar que pudiera existir alguien que no lo tuviera y que lo comunicara orgulloso. Así es que nos preguntamos si existe un punto intermedio entre la dependencia y la ausencia absoluta. Pero ¿qué ocurre cuando repentinamente no contamos con ese recurso? “me lo olvidé, me lo robaron, se me cayó al inodoro”. Momento clave, donde una gota fría recorre la espalda como si la vida dependiera de ello.
El síndrome FOMO, denominado así por su sigla en inglés “fear of missing out” (la sensación de perderse algo), no sólo está referido actualmente a la desconexión digital, sino a la sensación percibida de que al no tener contacto con la red, uno está dejando de ser parte de aquello que comparte el resto y que resulta significativo. El término fue acuñado por el Dr. Dan Herman a finales de la década de los 90, y en sus orígenes se vinculó al desarrollo del campo de la psicología del consumidor.
Si bien el término FOMO y la ciberadicción no se incluyen en los manuales diagnósticos como tal, la OMS (Organización Mundial de la salud) incorporó desde el 2019 el uso patológico de videojuegos al espectro de adicciones, aunque se destaca la carencia de substancias como factor responsable.
Hoy acuñamos el término para referirse a un entorno de sobrecarga de estímulos propios de las redes sociales o plataformas audiovisuales, que acentúan la dependencia, percibiendo como aburrido o poco interesante aquello que acontece en el plano de lo cotidiano y real. Podemos estar ante un posible uso patológico de cierta tecnología sin saberlo.
Entre aquellos aspectos que quedan en manifiesto durante la interrupción del uso del smartphone destaco la vivencia de que el contenido compartido en los espacios digitales es excepcional e irrepetible.
¿Acaso aquello que acontece en el plano de lo real por fuera del dispositivo no es digno de ser atendido?
Las perdidas asociadas a la interrupción de la utilización del smartphone es una de las principales características esperables del FOMO, donde queda en manifiesto que “estoy dejando de hacer algo que todos hacen”. Esta prueba social tiene peso y es lo que llamamos sesgo cognitivo. Una cierta tendencia a pensar de una manera impulsiva y poco reflexiva, dejando de lado un proceso analítico. Quizás esa desconexión digital forzada pueda ser una oportunidad para contemplar simplemente lo que me rodea y que postergo por la dependencia que no reconozco. Lo bueno de todo esto es que no es necesario que te lo roben o que lo pierdas para generar nuevos hábitos. Podés empezar evaluando las opciones asociadas al bienestar digital en tu teléfono y reducir el tiempo de uso. No vaya a ser cosa que por mirar mucho la pantalla se te escapen momentos sin pausa.
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