Antes y después de una generación

Muy al principio de la década de los 70, durante mis años de estudiante en la Universidad Nacional de Córdoba, me di cuenta de que algo importante estaba sucediendo en Argentina en el área del estudio de las ciencias naturales.

Solamente después de algunas décadas, en mirada retrospectiva, descubrí qué era. Se trataba de un joven de 33 años que estaba despertando de su sueño que comenzó a los diez años cuando desde la gran urbe argentina fue a visitar a sus tíos al campo. En su despertar se convirtió en naturalista, se unió y movilizó a numerosos jóvenes como él, aprendió de los mayores y, con su arrolladora energía y su propio cambio interior, cambió primero la historia de buena parte de la ornitología argentina, que se transformó en gran medida en ornitofilia, y cambió en consecuencia el curso de los estudios ambientales en su conjunto en consonancia con lo que ya venía ocurriendo en el mundo: una marcada orientación hacia el conservacionismo ambiental. Impulsó la Escuela Argentina de Naturalistas y fue el primero que, junto a colegas y amigos, comenzó a cambiar los rifles y las trampas por los binoculares, las cámaras y los cuadernos de notas para estudiar los ambientes naturales.

Todavía hay algunos estudiosos que en su afán por aprender no alcanzan a respetar la tierra, los animales y las plantas, pero gracias a esa generación de curiosos apasionados de los 70, el abordaje de las ciencias naturales en nuestro país está siendo cada vez más amigable y respetuoso con el ambiente del que también somos parte.