Comenzó la cuaresma

Es tiempo de arrepentimiento y buscar ser mejores

Anteayer, miércoles de ceniza, tuvo lugar el comienzo de la Cuaresma, que se prolongará hasta el 29 de marzo, con el recordatorio de la última cena y el lavatorio de pies. Estará signada por el color litúrgico morado, cuyo significado es luto y penitencia.

“Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo”, es el mensaje que a modo de bienvenida le da el órgano de difusión católica ACI Prensa a este período sagrado, cuya duración está basada en el símbolo del número 40 en la Biblia: los 40 días del diluvio, los 40 años de la marcha del pueblo hebreo por el desierto, los 40 días de Moisés y de Elías en la montaña, los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los hebreos en Egipto.

El origen de la práctica de la Cuaresma inicia en el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia.

La Santa Sede publicó el Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma de 2018, que lleva por título “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”, en el que propone para este lapso, “signo sacramental de nuestra conversión”, combatir la plaga de los “corazones fríos”. Le advierte al hombre del siglo XXI que “debe tener cuidado con la vanidad y la seducción de las cosas pasajeras que no llevan a la felicidad”.

Enumera como señales que indican que el amor y la caridad corren el riesgo de apagarse, ante todo, la avidez por el dinero, “raíz de todos los males”, a la que sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos, todo lo cual “se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras ‘certezas’: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas”.

Recomienda el ejercicio de la limosna para liberarnos de la avidez y que nos ayude a “descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío”.

Expresa en ese sentido que “cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia”.