El solsticio de invierno se acerca. Aunque quedan unos días, no tantos para su entrada oficial, pero ya podemos sentir la presencia de una nueva estación.
Nuestra energía, si estamos atentos, ya se está trasformando hace unos días. Quizá te sentís un poco más cansado, con más sueño, ganas de dormir, quedarte en tu casa, comer más fuerte, platos más contundentes, tomarte una copa de vino, o empezaron a llamarte más los dulces, carnes y estar como en “reposo”. Estamos en ese cambio justamente. Si te sentís consciente, podés notarlo, entonces aprovechemos y cultivemos nuestro espíritu porque no solo estamos en las puertas de una nueva estación o de un cambio del clima sino de la transformación de nuestra propia energía.
Las horas de luz solar disminuyen un poco más cada día, el frío ha hecho que saquemos nuestros gorros, guantes, abrigos y bufandas del placard. A reordenar los estantes, guardar o sacar lo que ya no es acorde a estos días.
La naturaleza se prepara para recogerse y entrar en un periodo de silencio e introspección, y también nosotros, que somos parte de ella, estamos transitando este mismo proceso. Aprovechemos esta etapa para reordenar también nuestras prioridades, actividades, relaciones, y sentido hacia dónde nos dirigimos…
El invierno es la época en que la vida desciende a lo más profundo de sí misma, volviendo a su origen. La semilla se introduce en la tierra y espera pacientemente la llegada de la primavera para brotar. En la oscuridad y el silencio la vida se detiene. Durante este periodo meditativo todo el colosal engranaje de la naturaleza es puesto a punto hasta la resurrección de la primavera.
Los seres humanos, alejados del profundo significado de los ciclos naturales, seguimos con nuestra frenética actividad porque no sabemos escucharnos o sentir nuestro propio ritmo, el de nuestro cuerpo físico, por ejemplo, pero igualmente nos vemos influidos por todos estos cambios:
- La disminución de la luz solar determina la falta de vitalidad y la tendencia a la melancolía; oscurece antes y esto nos invita a guardarnos más temprano.
- La alternancia entre el frío de la calle y el exagerado calor de las viviendas o locales nos predispone a las enfermedades del tracto respiratorio; tengamos en cuenta también nuestra manera de alimentarnos, que sea energía para nuestro cuerpo y nuestra mente para mantener altas las defensas.
- La falta de movimiento y de ejercicio físico lleva a una mayor rigidez de las articulaciones, especialmente las de las extremidades inferiores, que puede dar lugar a problemas de espalda, cadera, rodillas, tobillos; busquemos prácticas adecuadas para mover todo nuestro cuerpo (yoga, pilates, taichí, hasta alguna clase de baile).
- Hay más ganas de comer; eso a veces nos suma unos kilos; es también parte del proceso.
En esta etapa cuidamos de mantener el contacto con la naturaleza; es fundamental disfrutar de la luz solar en nuestra piel ¡aunque sea media hora al día!, acostumbrar a nuestros pulmones paulatinamente al aire frío, a través de una respiración consciente, evitando los contrastes con los ambientes cargados y, finalmente, hacer ejercicio físico moderado es esencial para mantener nuestra vitalidad, impedir los estancamientos de energía y contribuir a que nuestro cuerpo físico, mental y espiritual, funcionen correctamente.
Desde esta fuerza vital, que nos hemos procurado y que nos sostiene, podemos aprovechar las horas de oscuridad y de silencio para profundizar en nosotros mismos, para escucharnos, para comprendernos. Meditar es eso, sencillamente: contactar con nuestra realidad interior.
Siempre invitando a ese espacio de autoconocimiento, mirar hacia dentro para dejar de señalar afuera.
No dejemos que un día nublado, de lluvia o con frio influya en las ganas de vivir la vida y disfrutar cada momento.