Conocer y amar al Creador y Redentor de todos los hombres

Enviado por el equipo de comunicación de la parroquia Ntra. Sra. de la Paz.

Con la fiesta de Cristo Rey, el domingo 21, concluye el año litúrgico. Es una de las celebraciones más importantes del calendario religioso, porque se trata de rendirle culto al Rey del universo, de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

En las dos semanas previas, abordamos los temas de la liturgia, cómo llegamos al fin de año litúrgico, la Parusía, es decir, la segunda venida del Señor en la Gloria, la realidad del juicio final, el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Porque si bien el Reino de Cristo ya comenzó con su venida a la Tierra hace más de 2000 años, no alcanzará definitivamente a todos los hombres hasta que regrese al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

El agasajo al Señor, que posee el doble título de Creador y Redentor de todos los hombres, fue instituido por Pío XI, quien en su encíclica del 11 de diciembre de 1925 denunció la gran herejía moderna del secularismo, el cual se niega a reconocer los derechos de Dios y su Cristo sobre las personas y sobre la sociedad misma, como si Dios no existiera.

Constituye la declaración pública, social y oficial de los derechos reales de Jesús, como Dios el Creador, como el Verbo Encarnado y como Redentor.

Varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo definen las características del Reino:

  • “es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;
  • “es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”;
  • “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
  • “es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

Lograr que Jesús reine en nuestra vida implica, en primer lugar, conocerlo: la lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para ello y de los que se reciben gracias que van abriendo los corazones a su amor.

Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica. De amarlo. De acercarse a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Y de orar con profundidad escuchando que nos habla.

Luego hay que imitarlo, a lo cual el amor nos llevará casi sin darnos cuenta: pensar como Cristo, querer como Cristo y sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana.

Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros y asumirlo mediante obras concretas de apostolado.