Correo de lectores

El mal de la Pinocha
Por Javier Dantas

Siendo extranjero en la ciudad, es típico encontrar una frase pre-instalada dentro de la sociedad pinamarense, la llamada “el mal de la pinocha”. Supone ser un mal, y se refiere a la chatez que un agente externo al cuerpo principal es contagiado y mimetizado entre los oriundos. Es decir, aquella persona que no es de “acá”, llega con otras ideas, ideales, pensamientos, es un otro, y ese ímpetu se lo ve interrumpido por una supuesta vagancia, chatez, vivencia de pueblo, etcétera.

Toda novedad es alarmante, llamativa. Y de ahí es que surge esta idea, que es una respuesta bastante cómoda para echarse una siesta y dejar que el status quo actúe con su poder de estabilidad. Ante sueños de lo que podría llegar a ser un Pinamar diferente, actúa un mecanismo de defensa ante muchas variables; como ser la pérdida de trabajo, el miedo a lo nuevo, la mediocridad y el sentido de pertenencia.

Nos podemos remontar al pasado, donde antes sólo había campo, hoy está montada una ciudad en pleno crecimiento demográfico y que cada vez más los tiempos posmodernos se hacen notar. Ese lugar, alguna vez fue un campo y pensado como una ciudad balnearia, a mi entender, una de las mejores de la costa atlántica argentina. Menos mal que en ese momento no existía todavía esta epidemia del mal de la pinocha, por lo que hubiera sucedido una respuesta tal como “¿este campo? Dejemoslo así como está, que así está bien”. Y hoy cada uno de nosotros estaríamos hablando de otros males, no sé, el mal del mar o el mal del bienteveo.

Pero aquí estamos, y vivimos en un mundo donde ya los tiempos que corren, vuelan y con ello se lleva por delante la masividad de lo universal y de la aceptación de lo nuevo. ¿Todo lo nuevo es mejor? Discutible, la universalidad tiene su problemática, pero a priori, dejemos que el presente se viva y que el extranjero sea bienvenido con sus ideales e ideas que puedan llegar a cambiar el paradigma de la ciudad.

Con tal de probar y extender la capacidad de crecimiento, aceptación y libertad creativa, surge así un nuevo punto de partida en el que viejos males perecen y la ciudad crece al ritmo del mundo nuevo, adaptándose a los nuevos desafíos. Poner en jaque lo viejo y obsoleto, priorizando lo bueno, lo justo y lo bello que tiene la ciudad de Pinamar, sin correrse de esos beneficios, no cierra, sino que abre el juego para la sensatez y el beneficio de la comunidad toda. Es más, apostar a esto, no sólo es una cuestión práctica y reflexiva, también prioriza y exige ante cualquier mal que esté actuando y no nos demos cuenta.

Los cambios, lo nuevo es inminente, cambiará de una u otra manera. Una vez que sepamos contribuir en dirección de lo mejor para la ciudad, encontraremos la medicina, para el mal de la pinocha.