¿Cuestión de… celos?

Viendo una novela, que están pasando ahora, me quedé pensando en uno de los personajes, una de las protagonistas que hace de una esposa celosa de su marido. Ante cualquier situación, ya desconfía y se pone mal. No importa qué pase, ni qué haga el marido: ella piensa que la va a engañar; en la historia hace quince años que están juntos, y, aunque ella nunca descubrió nada, y él no la ha engañado. Ella continúa así. Me quedé pensando en esta situación, en cómo se sentirá esa mujer, y en el cansancio del marido… de ser una situación real. Y a sabiendas de qué pasa en la vida.

Entonces, quise indagar sobre los celos. En la página de la doctora Alicia Medina, psicóloga y trabajadora social, encontré los siguientes conceptos: “Los celos son un sentimiento que aparece en mayor o menor medida en todas las parejas y tienen su origen en el miedo a perder a la persona que amamos. Son normales y surgen como consecuencia del amor”.

Medina agregó a continuación: “Sin embargo, cuando los celos son desproporcionados en intensidad, aparecen de manera recurrente o son infundados, hablamos de celos patológicos. Este tipo de celos están más relacionados con la necesidad de control y la desconfianza que con el amor. Los celos patológicos crean un enorme sufrimiento en la persona que los padece y, si no se les pone remedio, terminan destruyendo la relación. En estos casos, la ayuda psicológica es imprescindible. Los celos obsesivos crean una espiral destructiva en la relación de pareja que conlleva al deterioro de la misma y en muchos casos conduce a su disolución. El problema es que la persona celosa desarrolla una visión distorsionada de la realidad y un comportamiento obsesivo. Dedica gran parte de sus esfuerzos y tiempo a buscar pruebas de un posible engaño, rechazando cualquier argumento racional que indique lo contrario. De esta forma, el comportamiento del celoso provoca lo que finalmente teme: la pérdida del ser amado”.

Pero cómo saber si uno es demasiado celoso o celosa
Friedrich Hebbel, un poeta alemán, dijo: “Cualquier cosa que el hombre gane debe pagarla cara, aunque no sea más que con el miedo de perderla”. Esto significa que todos, cuando mantenemos una relación de pareja, experimentamos cierta preocupación por la posible pérdida de la persona amada. En algunas ocasiones ese temor se traduce en celos. Sin embargo, se trata de celos sanos pues solo implican una preocupación comprensible y racional por la pérdida.

Los celos sanos son aquellos en los que la preocupación o el miedo a perder a la persona amada no nos hacen dejar de lado nuestra capacidad de raciocinio. Podemos experimentar cierta preocupación pero esta no nubla nuestra mente ni nos conduce a sacar conclusiones irracionales o a imaginar situaciones inexistentes. La persona que siente unos celos sanos desea que su pareja permanezca a su lado pero no intentará controlarla. Además, esos celos no provocan un malestar intenso en la persona ni afectan seriamente la relación.

No obstante, los celos patológicos van un paso más allá, hasta el punto de que se pueden catalogar como un trastorno. Este tipo de celos son infundados y pueden llegar a obsesionar a la persona que los padece, convirtiéndose en el centro alrededor del cual gira su mundo. Como resultado, repercuten negativamente en su comportamiento y generan hostilidad, autocompasión y una profunda inseguridad.
La persona que experimenta celos obsesivos llega a demandar que su pareja no se implique emocionalmente con nadie; muchas veces, ni siquiera con sus amigos. Para evitar que esto suceda, se dedica a vigilar cada uno de sus movimientos, llegando a imponer reglas absurdas. Esa presión constante termina convirtiéndose en una bomba de tiempo para la relación, pues la otra persona se siente atrapada y vigilada.

Creo que alguna vez debemos haber visto alguna situación en la que se observaban los celos de alguien. O haberlos sentido, por alguna persona que amamos. La clave está en que, cuando vemos que un sentimiento como este es recurrente, nos sentimos mal, o generamos una situación que incomoda a alguien, saber que se puede buscar ayuda con un profesional.

Y, volviendo a la novela, me pareció bueno el rol que toma el marido, que, ante el reclamo de ella, no se hace cargo. Porque muchos, para no tener problemas, acceden a la demanda, o al control; este hombre le plantea que ella no es la madre, no puede darle indicaciones de adónde puede o no ir, y que necesita ayuda, que él puede acompañarla, pero que requeriría de que un profesional la trate para dejar de ser celosa. La negativa de ella a concurrir al psicólogo se relaciona con que ella dice: “Yo no estoy loca”; y el marido, que es médico, le explica que los psicólogos ayudan a las personas, y su problema puede ser tratado y vivirán mejor. Es la única forma de seguir juntos, sentencia. Está para pensarlo. Ella necesita un límite. No es feliz ella, ni su pareja con esto que le pasa, y un psicólogo podría ayudarla a salir del conflicto, a dejar de sentir estos celos, que ella dice remiten a su infancia: su madre le planchaba las camisas al padre, para que salga “con las otras…”.