De mujeres frustradas a felices

“Sos la cuarta generación de mujeres frustradas… estás reparando tu árbol genealógico”, fueron las palabras de la licenciada que me brindaba una consulta personal de biodecodificación y que resonaron fuerte en mi trabajo interior.

Comencé a investigar y analizar mi rama materna del árbol y encontré respuestas. Enseguida pude ver claro a mi madre, hoy postrada con 69 años en última fase de Alzheimer pero ausente hace tantos años. Una mujer hermosa, en todos los sentidos, pero que no supo o no pudo tomar las riendas de su vida y seguir su ser, escuchar su corazón, volcar sus pasiones, alinear su mente con su sentir, y vivir con esas cuerdas afinadas. Ya lo sé, hizo lo que pudo con las herramientas que tuvo. Y se fue enfermando. Lo cierto es que en mi familia crecí como con “un fantasma”: la creencia de que las mujeres del clan materno veníamos con un camino marcado a enfermarnos mentalmente. Y mi madre… ¡Bingo! Confieso que durante un tiempo lo creí mi destino también y sentía miedo. Sigo mirando hacia atrás y ahí está mi abuela materna. Ella era “un tema”, se decía. Era el aparente problema de una historia no feliz. Vivía encerrada prácticamente entre las paredes de su modesta casita, cocinaba para la hora de la comida, limpiaba a rajatabla y mantenía todo ordenado, jugaba al solitario y a veces leía. Y cuando yo, su primera nieta, iba a visitarla y me quedaba un mes de vacaciones en su casa, compartíamos juegos de cartas y bizcochuelos caseros. Mi hora de la siesta era esperar que se hicieran las cuatro para ir a la pileta del club; el calor era la excusa para apurar el reloj y salir en bici con amigas adolescentes hacia el piletón refrescante que agrupaba gran parte de la vida social, colmado de sonrisas y miradas curiosas. A la tardecita, volvía a casa de los abuelos y ella me estaba esperando sentada en la vereda. Como cada día. Su sillón, siempre el mismo de años, de tela a rayas y estructura de madera. “Te hice una tortita Ceci”, abría la charla y se levantaba para ir adentro: “¿Preparo?”. Yo asentía, por supuesto, mientras las dos sabíamos que era nuestra hora del mate y las cartas. Culo sucio, casita robada y hasta la canasta. La abuela Nelly era eso para mí. También estaba su rollo con el abuelo y con mamá, su hija, que lamentablemente nunca supieron trascender. Hace dos o tres años, ya todos mis abuelos en otro plano, me entero de muchas verdades ocultas, esas que se callaban. Esas que dañan mucho y a muchos pero todos naturalizan y bueno… y bueno… y bueno. El abuelo era así, un tipo pintón, simpático y divertido, amiguero del club de bochas y jugador, pero buen tipo. ¡El problema era la abuela! Pero nadie dijo que soportó infidelidades, hijos extramatrimoniales, propiedades perdidas en una noche de juego… y acá corto, abuelo, porque te amo profundamente y te perdono. ¡Pero que hay que aclarar, hay que aclarar! Ya sé, cada uno hizo lo que pudo con lo que sabía. Los amo, los libero pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre, las palabras tienen poder. Y de estas historias hay muchas. Sigo mirando mi árbol de mujeres frustradas y ya no puedo indagar mucho en la bis nona de esa rama, porque la información que me llega es acotada: una familia de tanos bonachones y muy supersticiosos. Diez hijos, tres fallecieron, otros tenían problemas mentales. Creo que nadie puede hablar largo y tendido de esta bis nona porque esa mujer… ¡seguro no tenía tiempo de hablar con nadie! ¡Y entonces, clarinete! Soy la cuarta generación de mujeres frustradas… Me la creí bien a la cosa y la estaba repitiendo prolijita. Hasta que hace algunos años enloquecí y tomé decisiones incómodas. Decidí no ser más la cuarta generación de mujeres frustradas de mi árbol y, además de escribir, que lo hago desde pequeña, volví a estudiar la licenciatura en periodismo que dejé inconclusa en su momento, y fundamentalmente volví a vivir auténticamente. Me reparto entre mil actividades de mis hijos y las que puedo para mí, en una organización familiar que me tiene como única jefa de familia. No quiero correr en la diaria pero no encontré otra fórmula por ahora. A veces practico teletransportarme; por ahora no me sale. Pienso escribir muchos libros, otros proyectos y hacer miles de cosas, ahí voy. Soy feliz… y feminista. Porque sé que ser mujer y madre implica aún hoy la postergación por los hijos, no porque los hijos sean un impedimento de desarrollo personal (al contrario) sino porque el sistema machista que aún nos rodea no nos brinda herramientas para que nuestro desarrollo profesional siga a la par de la crianza de los hijos, que debe ser compartida 50-50. La mayoría de las mujeres separadas cargamos con la crianza solas; hay excepciones pero aún estamos luchando por este tema, ya que históricamente nos adjudicaron el rol de ama de casa y madre como natural a nuestro género. Esta realidad es de todas, no sólo de aquellas que estamos divorciadas o separadas. Esto y otras tantas cosas quiero cambiar y sé que lo vamos a lograr juntos, mujeres y hombres. Celebro cuando veo parejas que, a pesar de haberse separado, viven la responsabilidad mutua de los hijos y pueden seguir compartiendo ese desarrollo diario tan importante. Algo que no debería celebrar porque es lo justo, pero no lo común de ver. Celebro cuando veo padres en las reuniones “de padres” y no solo madres. Seguiré pidiendo que se equipare la licencia por paternidad a la de maternidad, que miremos cómo lo lograron países como Islandia o Finlandia. Creo que pertenezco a una generación que viene del autoritarismo en la crianza, donde era pecado divorciarse y nuestros padres cumplían bodas de plata y oro juntos, no siempre felices. Nosotros estamos rompiendo esas reglas y eso también implica caer en otros extremos quizás, como parece ser la falta de límites ahora con los propios hijos. Ya encontraremos el equilibrio… u otra forma de funcionar. Lo que no ha cambiado mucho es esta historia de mujeres que crían solas, que ven sus vidas precarizadas y sobre exigidas, que se vuelven leonas porque no les queda otra. Por eso decidí ser leona feliz y feminista, porque estoy convencida de que si más mujeres despertamos del embrujo… la vida de todos mejora. Y hay una hermosa vida fuera de las imposiciones, creencias colectivas y demás yerbas. Escucharnos a nosotras mismas, ser fieles primero a ese ser interior y darnos todas las oportunidades es el primer paso. Ya nos han dicho mucho lo que “debemos” hacer, pero solo nosotras sabemos lo que “queremos” hacer. Y si somos mujeres felices en vez de frustradas… ¿cuál puede ser el resultado en nuestros hijos y familias?... ¡Bingo! ¡Respuesta correcta!