Despacito

Realmente no sé si escribo como muchos esperan o como pocos prefieren, pero la verdad es que trato de plasmar en una hoja lo que siento y veo en el transitar de todos los días y procesarlo con cierto conocimiento técnico que puedo llegar a tener, pero no va más de eso.

Justamente la semana pasada, sucedió algo que llamó mi atención. Había ido al supermercado, y compré lo que usualmente adquiero. Al llegar a la caja, y conversar como es habitual en el pueblo con la misma cajera de siempre, es que hizo un comentario que me dejó pensando los días siguientes. Ella dijo (no lo recuerdo textual) como que ya nadie llena el changuito, que la mayoría de las compras se hacen con tarjeta de crédito y en cuotas y que cuando se hacen en efectivo muchas veces la gente deja productos en la línea de caja porque no le alcanza para pagar todo. Te soy sincero: cuando lo contaba, lo decía compungida, afligida por eso que estaba viendo a diario y que no era habitual años atrás (años, claramente, porque pensar que este quilombo es de ahora es de un grado de boludez importante).

Creo que lo que estamos viviendo tiene diversas causas pero la más importante y que genera consecuencias más devastadoras es una.

Si hay algo que caracteriza la historia económica argentina es su eterna lucha contra uno de los mayores obstáculos que tiene cualquier economía del mundo. La inflación. Esto no es más que la suba generalizada de los precios durante un determinado periodo (te tiré una de Wikipedia). Si bien hay muchas causas que generan inflación, dependiendo del enfoque que uno quiera darle y también dependiendo de en qué parte del mundo se encuentra, hay básicamente dos cuestiones, a mi entender. La primera podemos atribuírsela a la pérdida del valor de la moneda, o sea el peso, por el aumento desproporcionado que hay en su oferta (es decir que hay mucha guita en la calle circulando, porque le dieron masa a la maquinita que los imprime). Esto, si bien es algo que caracterizó a los gobiernos de Néstor y Cristina en la última década, no fue un invento de ellos. Es cultural de los gobiernos. A todos les gusta el arte de la impresión descontrolada.

La inflación se mide desde la década del 40; son casi 74 años, de los cuales tuvimos inflación de más de dos dígitos en 60 años y de los otros 14 años tuvimos la convertibilidad en el medio, con lo cual, somos un país con cultura inflacionaria. Entiendo que puedas pensar que es lo común tener inflación, pero hoy con tu mano derecha podés contar los países que tienen inflación como la nuestra en el mundo.

El problema de imprimir billetes sin control ni planificación es que hacés que todos los actores que participan en la economía perciban que el peso ya no vale como antes, con lo cual, revisan los precios de sus productos y los remarcan. Así de facil (dame el billete verde y no peleamos más). Compará mismos productos en diferentes lugares y tienen diferentes precios. Eso también es por la percepción que tienen del valor de la moneda. Esa percepción claramente subjetiva hace que unos pongan un precio y otros, otro (al margen de la economía profesionalizada y sistemática de las grandes corporaciones, más los súper chinos).

El otro problema que tenemos y que genera inflación es que en nuestro país buscamos rentabilidad por precio y no por producto (algún empresario altruista puede que no coincida conmigo, pero mi percepción de la generalidad es así). La oferta de los bienes y servicios en determinados momentos es menor a la demanda, con lo cual, el empresariado en vez de invertir para satisfacer esa demanda, sube los precios para ganar más dinero. También así de simple. No le busques más vueltas. Hay diez tipos con plata en la mano para comprar nueve camisas. Ahí el precio lo determina el mercado, porque nadie se preocupó por fabricar diez camisas, porque, además de buscar la mayor rentabilidad posible, nunca tuvieron en nuestro país reglas claras ni horizontes claros en lo relativo a la economía.

El grave problema es que, con inflación continua y estructural como la que estamos teniendo desde hace más de diez años, se pierde el punto de referencia de las cosas. Hoy no sabés lo que vale casi nada. Vas a la ferretería y te sorprendés, vas al kiosco y te sorprendés, vas al supermercado y te sorprendés. Así no te podes plantear objetivos a largo plazo, con lo cual, nadie va a invertir en serio. Todas serán inversiones de verano. A pesar de que todavía seguimos esperando las inversiones prometidas, es lógico que en un contexto como el actual no vengan ni vayan a venir. Lo bueno es que ahora le vendemos limones a EE.UU. y nuestras empresas invierten ahí. ¡Cracks!

Claramente la culpa siempre es nuestra, a pesar de que muchos gobiernos buscan culpables afuera. Digo esto porque si comparamos la inflación acumulada de nuestro país con la del resto de la región, desde los K, hasta el primer año y medio de Macri, tenemos más de 900% en Argentina, 130% Brasil, 200% Uruguay o 55% Chile, por nombrar otros. Qué país puede resistir con esos niveles de inflación (te pido por favor, camporista y/o fundamentalista K, que no empiecen con los números del INDEC porque sabemos lo que hicieron). Tiene menos credibilidad que las lágrimas de Cavallo.

Ahora bien, después de muchos años de historia, donde transitamos periodos de crecimiento para luego caer, para luego resurgir como el ave Fénix, y así sucesivamente, es que llegamos a nuestro presente.

Este presente que nos golpea, pero que tenemos que sortear, como siempre lo hicimos. Seguramente, como en toda batalla, haya ganadores (los mismos de siempre), perdedores, caídos y vencidos (vos, tus amigos y la gente que conocés), pero lo importante es seguir adelante, aprendiendo de los caminos transitados. La oportunidad de avanzar implica el desafío de hacernos cargo de aquello que nos sucede. Esto creo que es el desafío y algo que todavía no hemos podido aprender. No hemos sido capaces de darnos cuenta de las cuestiones de base y fundamentales que debemos cambiar para poder terminar con este flagelo económico, aunque lleve su tiempo, aunque pasen generaciones para poder ver el cambio, aunque sea, como todo cambio, despacito.