Día Internacional de la Mujer

Por Teresa Geerken
Licenciada en psicología

Desde 1977, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) designó oficialmente el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer para conmemorar la lucha femenina en búsqueda de la igualdad de derechos.

El suceso que marcó la historia del trabajo y la lucha sindical en el mundo entero fueron las 129 mujeres que murieron el 8 de marzo de 1908, en un incendio en la fábrica Cotton, de Nueva York, Estados Unidos, luego de que se declararan en huelga con permanencia en su lugar de trabajo. El motivo se debía a la búsqueda de una reducción de jornada laboral a diez horas, un salario igual al que percibían los hombres que hacían las mismas actividades y las malas condiciones de trabajo que padecían. El dueño de la fábrica ordenó cerrar las puertas del edificio para que las mujeres desistieran y abandonaran el lugar. Sin embargo, el resultado fue la muerte de las obreras que se encontraban en el interior de la fábrica.

Es por esta razón, y a la vista de los sucesos actuales, que cada 8 de marzo se sigue conmemorando este día. Cuando busqué información, se hablaba en varias notas de la búsqueda por la igualdad de derechos, de fechas importantes y logros que se han conseguido en el siglo pasado, como el voto femenino y el ingreso de la mujer a la universidad pública.

Para algunos puede ser inimaginable que antes las mujeres no pudiésemos votar o estudiar. Pero era real. Había una mujer muy conocida por mí, que nació en el año 1926, como Marilyn Monroe, pero no era ella, era mi abuela. Luego de hacer el primario, quiso continuar, la situación económica de su familia de origen lo hubiese permitido, podría haber ido a la secundaria, y a la universidad, haciendo la carrera que ella soñaba, ser abogada, y quienes la conocimos creo que coincidiríamos en que hubiese sido brillante, ya que su fuerza era avasallante. Pero, como eran varias mujeres y un solo hijo varón en la familia, y él no había querido estudiar, ella no pudo acceder; el criterio de su padre fue que “si el hijo varón no estudiaba, la mujer tampoco”. Si ese no es un mandato familiar, no se cuál sea.

Por suerte, aunque sus hijos no estudiaron, somos tres nietos, hasta ahora, que lo hemos logrado, con la situación económica desfavorable y todo. Logramos estudiar; dos de ellas somos mujeres. Mi abuela no pudo verme recibida, falleció unos años antes de que lo logre, pero me vio en la lucha por estudiar, y por lograr este sueño. Y siempre me apoyó. Me decía: “Estudiá y vas a ser alguien”. “Ya soy alguien, abuela”, le decía yo… Pero, claro, en ese momento no lograba entender de qué me hablaba. Con los años, el tiempo, la experiencia, y el oír continuamente del lugar que tiene la mujer en nuestra sociedad, pude entender de qué me hablaba. Por qué hacia hincapié en el “ser alguien en la vida”. También sé que ella no era de su época; para mí era una adelantada en muchas cuestiones, pero también reproducía, sin quererlo, el legado patriarcal. Tenía prejuicios, lógicos de su época, que ahora han quedado obsoletos, por suerte, para la mayoría. O por lo menos son revisados y pensados a la luz de los nuevos saberes.

Si bien, la lucha sindical debe continuar, en algunos lugares aún a las mujeres se les paga menos que a los hombres por el mismo trabajo. Quizás por considerarse que los hombres son el sostén económico del hogar, algo que debería replantearse, ya que muchas mujeres son quienes mantienen a su familia, y por el mismo trabajo hay que pagar lo mismo, no importa a qué género pertenezca la persona, importa sólo qué trabajo realice.

Creo que también, como mujeres, debemos emprender otra lucha, pero ésta es más personal, un trabajo con nosotras mismas, y nuestros hijos, esposos, nietos, amigos, o con quien fuera que nos relacionemos. El intentar revisar nuestros pensamientos y alejar lo más posible los que se relacionen con la desigualdad, con el lugar asignado para cada género. Pensarnos y tratar de no reproducir lo que traemos desde nuestra crianza y esté teñido por la mirada subjetiva de nuestra familia, como el color celeste para el nene y el rosa para la nena, a la hija se le enseña a poner la mesa y al nene a cortar el pasto… Es una tarea ardua pero creo que es posible, desde nuestro lugar, ayudar a formar a personas que respiren la igualdad, y no la sueñen, como a veces lo hacemos nosotros.