El hombre feminista

Osvaldo fue papá primerizo. Es empleado jerárquico en una empresa. Preocupado por su trabajo y la empresa, que logró crecer exponencialmente en los últimos años, duda sobre el hecho de tomarse los tres meses de licencia por paternidad que el Estado de su país le ofrece, además de los tres meses más opcionales que puede dividirse entre su esposa y él para cuidar de Ana, la nueva pequeña integrante de la familia. Lo duda pero enseguida vuelve en sí. Sabe que la empresa no es más importante que su familia y que el vínculo con su hija recién llegada no será el mismo si él no está presente, así como tampoco será lo mismo para Ariadna, su pareja y compañera, afrontar esta etapa sola, o juntos como debe ser. Además, lo que es seguro –piensa– es que si decide no tomarse los tres meses por paternidad, en la empresa haya repercusiones no favorables hacia su imagen como hombre y padre. Porque allí, en su país, donde el feminismo es un estado del Estado, no es bien visto aquél hombre que no responda al compromiso de igualdad de derechos y obligaciones con responsabilidad. Incluso, sabe que sus propios compañeros de trabajo podrían hasta desilusionarse de una actitud semejante y juzgarlo. Osvaldo no lo piensa más, prepara los últimos detalles para dejar los informes a su equipo de colaboradores, respira profundo ya relajado y sale de su oficina sonriente a saludar a todos. Nadie le pregunta porque todos saben que así debe ser. Estarán en contacto, irán a conocer a su bebé recién llegada y se ocuparán del sector de la empresa minuciosamente, para que Osvaldo disfrute tranquilo y en paz de… “la familia, la empresa más importante de la vida”.

En otro país, un empleado de empresa también fue papá, su nombre es Marcos. No es papá primerizo porque ya tiene, junto a Cristina, otro hijo de cinco años, Matías. Los primeros días de la llegada del nuevo bebé Ariel, transcurrieron normales. Inundados de alegría, visitas de parientes con regalos y la vuelta a casa luego del nacimiento. Marcos debe volver a trabajar y eso no se discute, ni siquiera se pone en duda ya que en el paradigma de su país, los hombres están para producir el capital económico, por ende tienen dos días por paternidad, que para Marcos ya pasaron. Son días incómodos para Cristina ahora, porque no sabe bien cómo organizarse, ya que el bebé llora de noche, ella no logra descansar lo suficiente para producir leche para amamantar tranquila. Matías, el hermanito mayor, comienza a sentir celos del cambio de atención, producto natural de la llegada del bebé. Marcos, el papá de esta historia, mucho no colabora en ese proceso porque no está durante el día, ya que regresó a la empresa y no concibe otra posibilidad. Llega agotado de su trabajo y por la noche escucha llorar a su hijo de cinco años que hace berrinches por la comida. Ante tal situación, Marcos interviene: “¡Los hombres no lloran, Matías! ¡No seas maricón! ¡¿Qué sos… nenita ahora?! Y así pasan los días en esta familia tipo. Cuando llega Marcos cada noche a casa, Cristina le pide que se ocupe de los chicos para ella poder distraerse un rato o bañarse tranquila. Marcos lo hace pero, luego de media hora… ya está. No logra mirar el programa de tele que le gusta y ya todos tienen hambre: “Cristina ¿ya cocinaste? ¿Qué hay para comer?”, le pregunta con impaciencia. Cristina cocina y todos cenan, luego lava los platos, prepara a Matías para ir a la cama, pone el lavarropas, amamanta a su bebé y cuando logró dormir a los dos pequeños, se sienta junto al sillón donde Marcos sigue mirando tele y le plantea que necesita más ayuda de su parte. Marcos responde: “Si yo traigo la plata a casa... ¡No te quejes! ¡Si no andá vos a laburar!”.

Dos historias diferentes. ¿Cuál creen que nos identifica culturalmente a los argentinos?

Estos pequeños relatos son producto de mi conocimiento e imaginación. Cualquier parecido a la realidad… ¡no es pura coincidencia!

El hombre feminista es posible. El Estado igualitario, también. ¿Cuál queremos ser?