Entrevista a María Celia Azcurra Montero

Conectada con su propia esencia, la escritora eligió Pinamar para abrigarse en la magia que envuelve los bosques y el mar. El compromiso por la vida y la palabra, detrás de una mujer libre y rebelde.

Llegó de Mendoza hace algunos años. De orígenes vascos, franceses e italianos, su sangre contiene, además de mezcla europea, una cierta reminiscencia etrusca que ella misma pone de manifiesto en un particular interés por esa cultura y civilización. Fue madre muy joven de cuatro hijos, sin haber terminado la secundaria. Mientras los niños crecían, supo organizar los tiempos de maternidad y decidió completar sus estudios secundarios. Luego emprendió el camino universitario y, cuando estaba a punto de recibirse y dar la tesis, el golpe militar cerró, entre otras, la carrera de sociología. Decidió dar revancha y estudió dos licenciaturas a la vez en la Universidad Nacional de Cuyo. En literatura obtuvo su título a los 47 años y en filosofía y letras, a los 50. Dictó clases universitarias en Mendoza, sobre relaciones entre el lenguaje gráfico y el visual, que supo disfrutar. Colaboró ad honorem con organizaciones y escuelas marginales brindando talleres de prevención sobre adicciones. Estudió francés y ahora, con 74 años, estudia italiano, debido a la traducción que está en camino de uno de sus libros. Ha publicado poesías y cuentos, además de su novela inédita La Etrusca, que la llevó a Italia, becada durante meses por la Fundación Rockefeller. Su obra de poemas Exagénesis fue traducida al inglés y al alemán e incorporada a la Biblioteca Nacional de Madrid. Forma parte de la Peña de Escritores Pinamarenses y participó de Inspiraciones, reciente compilado de cuentos. Su relato de vida denota una constante fortaleza que inspira a cualquiera y un amor por las letras que surgen de la verdadera comprensión del valor a la vida y la palabra.

–Escribir y leer, dupla inseparable ¿en vías de extinción?
–Antes le llamábamos “composiciones” a las redacciones y yo tuve muy claro desde pequeña que lo mío era leer y escribir. Esta es una dupla que no podemos separar y hoy tiene falencias. Como sociedad, nos hemos volcado por períodos a las mal llamadas ciencias duras y en otros períodos a las humanísticas. Hoy vamos hacia lo interdisciplinario pero sabemos que leer y escribir son inherentes al hombre. Yo creo que persistirán; así como cuando apareció la imprenta desapareció el papiro pero no la lectura, cambian las formas, leemos virtualmente, algo sustituirá al papel…

–¿Qué trabajo de letras ha sido más significativo para usted?
–La novela inédita La Etrusca me llevó durante meses a investigar tumbas de los etruscos por Civitavecchia, Orvieto, Perugia (Italia), en un viaje maravilloso. Pero fue muy significativo para mí el trabajo en el Diario los Andes, de Mendoza, donde escribí el suplemento cultural del día domingo durante 18 años. Una compañera de trabajo partía rumbo a Europa y me propone llevarse ejemplares de mi libro Exagénesis a la Universidad de Dusseldorf (Alemania) y otros a la Biblioteca Nacional de Madrid. Pasó el tiempo y un día me llega una carta que atesoro, donde el director de la Biblioteca agradece mi donación y me notifica que formo parte del patrimonio cultural. Mucha gente me comentaba que era un triunfo haber entrado allí, pero yo no comprendía bien, hasta que años más tarde pude viajar con mi actual marido. Nos hicieron socios honorarios y lloré de tanta emoción en esas escalinatas donde están Cervantes, Vives, Quevedo, Fray de León, todo el gran siglo de oro español. Eso es un santuario y comprendí la importancia. Me explicaron que el proceso de selección para incorporar un material que llega es exquisito y considerado por ocho comisiones, se va filtrando porque llegan millones de libros y sería imposible albergarlos a todos. Los que no quedan allí se distribuyen por bibliotecas del resto de España. Solo eligen hasta cuatro libros por año que cumplen con los requisitos, entre los cuales estaba Exagénesis, por innovación en el lenguaje poético y temática abordada. ¡Claro! Eran años donde se empezaba a hablar de la manipulación genética, tema que me había generado una gran preocupación ética: empecé a leer libros de biología, física cuántica, genética, ética, e inconscientemente fui incorporando vocablos de esas ciencias a los poemas.

–Su vocación la fue desarrollando luego de ser madre muy joven. ¿Eran épocas donde no era fácil combinar la maternidad con la profesión?
–Yo creo que tenía que dejar cimiente en este mundo. Pude ser madre y dejar descendencia. Fue un tiempo donde crié a mis hijos, crecí con ellos. El padre de mis hijos era buen padre pero no compatibilizábamos: más leía yo y más se ofuscaba él o me rompía los discos de vinilo porque decía que la música clásica era cosa de chiflados. En esa época, además, recuerdo que los hombres no iban a comprar un sifón de soda, por ejemplo, porque eso era “cosa de mujeres”, y un día no pasó el repartidor de soda y tuvimos una discusión porque me olvidé del sifón en la mesa. Pasó el tiempo hasta que me miré frente al espejo y me pregunté: “¿Quién soy?”. Esperé que los niños crecieran un poco y planteé la separación porque me estaba autodestruyendo. Se lo dije a mis hijos: “Si no doy este paso, yo me muero”. Pienso que la vida me ató a una realidad para que no volara tanto, porque lo que siento con el arte y la literatura es muy fuerte y ahora es cuando tengo tiempo para ello.

–¿Cómo ve el rol de la mujer en la sociedad?
–¿Sabías que los etruscos consideraban a la mujer libre y a la par? No así los griegos y romanos, que la negaban. Hoy considero que se equiparan los roles; algunos hombres ponen más reticencia que otros, pero avanza. Las mujeres somos hacedoras de vida, dadoras. Estamos en una crisis de valores muy grande y el valor de la vida es el fundamental, por eso estoy trabajando con diferentes organismos e instituciones por la paz. El punto está también en dejar de criar hijos machistas, porque las mismas madres lo hacen: que la nena ponga la mesa y el nene salga a comprar el pan. Debemos comprender que mujer y hombre nos complementamos y necesitamos mutuamente. Todos tenemos una parte femenina y masculina. Somos seres completos y no creo en la media naranja; las relaciones sanas son las que no vienen a llenar huecos. Lo bueno es acompañarse y apoyarse, no porque no pueda vivir sin ti, sino porque te elijo. En este sentido debemos criar a nuestros hijos. Dentro de casa nos dividimos las tareas, uno puede lavar los platos y el otro cambiar a los hijos, da igual. En Europa se ve muchísimo y yo con mis hijos lo logré.

–Hay diferentes situaciones en el mundo…
–Sí, claro. En los países árabes todavía la mujer está sojuzgada. Yo creo que el avance va lento, pero inexorablemente va. En las ideas que han ganado terreno, como el voto femenino, hubo hombres que también apoyaron esto. En Europa, por ejemplo, se da licencia por paternidad también cuando ocurre un nacimiento. Y acá estamos lejos de esto pero también estamos lejos de cuidar nuestra ciudad y no tirar papelitos a la calle. Por eso yo creo que la gran revolución que tenemos que encarar es la educativa.

–Hace demasiado tiempo que en Argentina hablamos de la reforma educativa…
–Sí, demasiado, pero todo lleva su tiempo y yo creo que ahora tenemos esa oportunidad.

–¿Cómo ve al mundo? Aún tenemos guerras que sustentan intereses económicos…
–Tristemente mal. Es difícil evaluar si tenemos más guerras o menos que antes, más violencia o menos, porque ahora los medios llegan a todos lados y no dejan resquicio, pero sí resulta más inexplicable. Los hombres de las cavernas eran violentos, hubo guerras hasta el siglo XIX pero después hubo grandes cambios, hitos de la historia que debieron llevarnos a un plano más armónico, pero lamentablemente existen los intereses económicos tremendos, como la venta de armas, la trata de niñas. Y los poetas solo tenemos nuestra mejor arma, que es la palabra.

–Sin haber encontrado un sistema de organización social económico equilibrado ¿el comunismo, utopía, y el capitalismo…?
–El capitalismo es un sistema perverso porque crea siempre su propia inmunidad para sobrevivir, pero hay modos para acortar la brecha de desigualdad social con la verdadera transformación que se da educando desde la paz y el humanismo. “El otro” nos tiene que doler, porque somos semejantes, compartimos, no hay diferencias, la muerte no pregunta el color de piel ni el dinero que tenemos. Debemos educar a nuestros niños en estos valores porque cuando llegás a esta etapa de la vida te das cuenta de que lo que vale es un puñadito. La sociedad nos inculca que debemos progresar económicamente, intelectualmente y así hacemos, vamos detrás de metas o cosas y siempre corremos, pero, cuando te das cuenta, lo verdaderamente importante es muy poco, entre ello, la dignidad humana y el respeto por la vida.

–¿Valores que se traducirán en más poesía?
–Y, a seguir trabajando por la paz, que debe ser nuestra meta de vida. Mi próximo libro ya tiene título: “Epilogo del ángel”, y es por el premio que me dieron en Roma, entre 179 países, por el poema que le hice al pequeño Aylan, el niño refugiado sirio que murió en las costas de Turquía. Esa imagen me subsumió en un estado de semi-locura y llanto desgarrador del cual salieron letras de un tirón.

–Libertad, paz… ¿y la felicidad?
–Que nos duela lo que le duele al otro, que nos importe lo que le pasa al otro es construir paz. Y la felicidad lo dice todo: con fe, con libertad, con el sí a la vida y el “dad” es el dar al otro. Gracias por la distinción de ser la primera mujer en este año en tu sección. Mi mensaje es que valoremos ese puñadito de cosas que son realmente importantes cada día, que este espíritu que sentimos en estas fechas lo mantengamos todo el año, que valoremos el abrir los ojos y ver el sol, amar la familia, la salud, compartir y ayudar a quien lo necesita cada día. Valoremos lo que tiene valor porque el dinero no compra vida.

Su último libro, Los devoradores del tiempo –Editorial Dunken– se encuentra disponible en Libros Bohm Pinamar, Av. Libertador 60, locales 4 y 5, teléfono (02254) 487293