Emociones de un maestro, artista y arquitecto

Por Raúl Coronel

Con Oscar Garlepp me une el conocimiento de unos cuantos años en donde la ocasión de entrevistarlo siempre se mostró esquiva. Hoy, con 92 años de vida, un libro recrea su obra, su historia y su personalidad. A partir de estos ejes se desprenden otros planos donde se nota una gran sensibilidad y una actividad multifacética, que comienza con sus inicios como docente y que se continúa con una larga experiencia como arquitecto. Dentro de su evolución permanece intacto el recuerdo de sus padres, de su origen misionero y de quienes dejaron una huella en el largo intercambio que significa, no sólo una larga existencia sino también una vocación de apertura hacia el otro, de oír al prójimo y de una poco común empatía.

Según comenta, la idea de la muestra que se puede apreciar hasta el 30 de enero es de un grupo de personas que se encargó de todo, ya que cada obra estaba colgada en su casa. Cada cuadro se condice con un momento de su vida, con una instancia no necesariamente grata y que fue su cable a tierra a partir del momento en que deja de trabajar o cuando se producen las pérdidas. Por eso no se venden, por eso no tienen precio.

“Elegí los paisajes de Cariló y fundamentalmente aquellos no influenciados por la presencia de la figura del ser humano, aunque casi todo Cariló está hecho por su mano”, relata, mientras admite que tampoco incluye construcciones.

Garlepp compra el terreno donde hoy está construida su casa, en 1962, y termina de pagarlo en mensualidades que abona religiosamente durante unos cuatro años, más o menos. Por ese entonces no había rutas pavimentadas y Cariló era un nombre desconocido para una inmensa mayoría.

“La muestra está conformada por unas quince obras; todos quieren comprarlas pero yo no las vendo porque son recuerdos, situaciones especiales, tanto adversas como beneficiosas. Recuerdo que cuando llegué pasé a formar Propin, que en nada se relaciona con el partido político actual, con el ánimo de mejorar. Lo mejor que hizo fue presentarse en la CALP y transformarla, allá por el 90. Ingresaron personas que querían trabajar y residían en el lugar: Santiago Méndez, Eloy Lesca y yo. Allí trabajé un tiempo hasta que por algunos problemas me fui”, detalla.

Garlepp nunca fue materialista. El dinero ha sido secundario. Mucho menos, entonces, vendería sus estados de ánimo volcados en una tela. Como ocurre con las emociones, no se venden y sí se comparten.

“En el libro está todo explicado. Todo es cierto. Yo soy un chico con un padre que, a su vez, había perdido a su padre cuando tenía 11 años. Mi padre tenía tres hermanos y su madre crió a los cuatro, en el medio del monte, sin ningún recurso. ¿Cómo hizo? Es todo un ejemplo”, recuerda.

El hecho es que esta situación marca en el entrevistado una infancia con carencias económicas. Tal es así que cursa la escuela primaria caminando a diario los cinco kilómetros que lo separaban de la casa, descalzo, ya que la alpargata estaba reservada para las fiestas patrias.

Históricamente las clases más humildes, en otros tiempos, ni soñaban con ingresar a una facultad y mucho menos con graduarse. Aún hoy el sueño de un profesional de viajar a Europa para adquirir experiencia sin recibirse es una utopía. Sin embargo ello le ocurrió a Oscar. De allí que no haya participado del clásico acto de colación, pues había sido convocado a viajar al exterior a raíz de una beca que le fuera otorgada.

Éste es un punto en que la charla sobrevuela la emoción compartida, ya que el estudiante pobre se convierte en un joven arquitecto, con toda una serie de vivencias que lo llevan a recordar y decirme que no fue fácil.

El diálogo

–Me imagino que el hecho de provenir de una familia modesta le ha dado un marco significativo a recibirse de arquitecto. Se junta una serie de emociones.
–Exacto, a mí me pasó. Evidentemente tiene que haber algo… porque, desde chico, a mi padre le decían que yo tenía que ser maestro… Es más, recuerdo que tenía unos 10 años y le decían: “Oscar tiene que ser maestro”.

–O sea que sus padres podían entrever que iba a ser maestro, ya que con ese fin lo llevan a esa escuela de Crespo, para recibirse de docente. ¿Habrán imaginado que sí, iba a ser arquitecto?
–No, eso nunca. Me acuerdo de una anécdota al respecto.

–Me gustaría escucharla…
–Mi padre seguía trabajando como siempre, en sus cosas, en su jardín, y mi madre también. Yo ya estaba casado y vivía en otro lugar. Pero, por lo general, cuando podía, a la primera hora de la tarde, aprovechando que estaba cerca, iba a tomar mate con mamá. Era una costumbre. Papá, a sumo, tomaba un par de mates y seguía con sus tareas. Me acuerdo de ese momento porque, para mí, fue un poco impresionante. Estábamos sentados con mamá tomando mate y papá se arrimó y yo le dije a mamá: “Hoy me recibí de arquitecto…”. Se produjo un silencio absoluto. Mamá dijo: “Qué lindo. Qué bueno…”. Mientras, papá estaba parado detrás de mí, dejó el mate sobre la mesa, me tomó de los pelos, me levantó en vilo a la vez que me doy vuelta y lo miro y veo que le caían dos lágrimas de sus ojos. No dijo nada. Justamente que su hijo se haya recibido de arquitecto en la universidad, y en la de Buenos Aires, nada menos, cuando era Facultad de Ingeniería y Escuela de Arquitectura. Lo que no voy a olvidar nunca es esa emoción de mi padre, que no dijo nada pero que se permitió que le cayeran dos lágrimas.


Sobre la expo
Los cuadros y objetos personales de Oscar Garlepp pueden apreciarse en Hasta la raíz, Castaño 284, en la planta alta del Paseo los Tipales. Local 8, hasta el 30 de enero.