En el primer renglón y con mayúscula…

Así comienza una modesta crónica, seguramente escasa en sus alcances, ya que la primera escuela de Pinamar cumplió 70 años y lo festejó junto a sus seres queridos: todos los alumnos, los docentes y la familia.

Como si se tratara de un inexorable destino de seguir enseñando caminos y abriendo mentes, la Escuela Primaria 1, Constancio C. Vigil dio una clase magistral sobre el valor del esfuerzo conjunto y la huella indeleble que deja la escuela pública en nuestras vidas. Esta nueva lección llegó a partir de una serie de actividades que se desarrollaron durante el año y que conformaron las acciones previstas para la conmemoración del 70° aniversario de creación de la escuela.

El broche de oro fue el gran acto que se realizó en el predio de Bunge e Intermédanos el viernes pasado, en una muestra de que se puede organizar, convocar e imbuir a los alumnos, a los que son y a los que lo fueron antes, como diría la Marcha del Estudiante con el firme propósito de honrar a la escuela que nos dotó de conocimiento para manejar nuestras primeras letras y trasponer con éxito la barrera de la matemática esquiva.

Los pinamarenses, en su gran mayoría, saben de aquel inicio como escuela rural con otro número, que fue la primera, y del derrotero que transitó hasta llegar a este momento en crecimiento constante.

La concurrencia fue multitudinaria y estuvo conformada por ex alumnos y ex docentes y directivos, por todos los chicos de los distintos turnos y por gran compañía de la familia, que no se trasuntó solo en presencia física sino que fue más allá y acompañó en cada preparativo y ensayo.

Quizás llegue un día en que los alumnos más chicos puedan medir la importancia de su participación y de cuánto significa en la elaboración de la identidad el hecho de haber sido parte del cumpleaños de la escuela más antigua, de la primera, de la que surgió como una necesidad ante el incremento de las familias de los primeros pobladores.

Con bastante antelación se hizo una convocatoria para que quienes lo desearan aportaran imágenes de su paso por la escuela, de manera tal de conformar un gran álbum donde el día de la fiesta no pocos se buscaron, como si trataran de indagar entre cientos de rostros y guardapolvos para poder reencontrarse con sus compañeros, su maestra y sus recuerdos.

Un espectáculo musical recreó indumentaria y ritmos vigentes a lo largo de cada una de las siete décadas de historia. Logrando los aplausos de los presentes.

La exhibición del clip donde los alumnos cantaron el himno, muy a la pinamarense, en el patio de la escuela y muy bien elaborado, mostró la dedicación de los chicos y de los máximos responsables de este tramo del espectáculo, Pepe Cello y Gladys Gerez.

Como en todo cumpleaños, no faltó la torta, que pesó más de 50 kilos.

Si bien la jornada se presentó difícil por un clima inestable y por un corte generalizado de electricidad, desde la mañana temprano se produjo el último ensayo con la misma rigurosidad, producto de la responsabilidad de los chicos, que se tomaron muy en serio la fiesta.

Queda pendiente la edición de La Voz de la Escuela, una revista alusiva pergeñada por Muriel Frega y solventada por la buena voluntad del comercio local.

Myriam Falcón y Diego Radicali se encargaron de manejar los tiempos de esta fiesta inolvidable, dentro de lo humanamente posible.

Una réplica sobredimensionada de un boletín de calificaciones formó parte de la escenografía, así como cientos de fotos y el clásico colorido del aporte de alumnos y docentes.

Mientras esto ocurría, a varias cuadras de allí estaba la escuela, con su patio, su árbol y su campana. La magia se había trasladado hacia el lugar de la fiesta, pero solo hasta el lunes siguiente, cuando se reiniciarían las clases para transitar los últimos días del ciclo lectivo y que la historia se siga construyendo por muchos años más…