La belleza de lo incierto

Por Fernanda Grimaldi
Lic. en Relaciones Públicas, magíster en comunicación. Coach y Directora de Lindo Comunicación.

Muchas veces cuando estamos en medio de una situación difícil, incómoda, incierta y nos sentimos en el ojo de la tormenta, lo más sabio es no luchar contra ella. Justamente lo más atinado e inteligente es esperar a que amaine, a que pase y se aclare el panorama. Porque por más que le hagamos frente a ese momento, es tanta la fuerza con la que viene que, aguardar, darse espacio y esperar es la mejor opción parar no sentirnos frustrados, desesperanzados o agotarnos antes de intentar protegernos para que no nos arrase.

Después de unos años en los que tuvimos que frenar algunas cuestiones, forzosamente en la mayoría de los casos, hemos aprendido mucho.

Por un lado, aprendimos que frenar nos da la oportunidad de recalcular y eso implica tomar conciencia de que a veces es necesario ir más despacio y que bajar el ritmo es una buena manera de minimizar sorpresas y riesgos. Eso es además un signo de cordura por sobre todas las cosas porque nos hace tomar conciencia de la importancia del autocuidado, además del cuidado de los demás.

Pero para que eso suceda es necesario no dejarse atrapar por los temores que se pueden despertar en nosotros cuando al estar acostumbrados a ir a alta velocidad, el cambio de ritmo pueda hacernos sentir extraños. También aceptar que podemos no tener las soluciones, no encontrar los caminos alternativos o respuestas de manera natural y fácil y que todo se trata de tener las habilidades necesarias para sortear un contexto incierto es parte del desafío.

No hacer nada. No pensar, no exigir ni exigirse, no actuar de manera reactiva. Soltar el control. Ahí está la clave porque eso es generalmente lo más difícil: encontrarle el sentido a aquello que no le vemos sentido.

Empezar de nuevo, dejar de lado la idea de cómo venimos haciendo las cosas o cómo deberían ser, patear el tablero, agarrar las piezas que nos quedan y ordenarlas de otro modo. Aprender a jugar otro juego.

La flexibilidad para poder reinventarnos, mirar y mirarnos con otros ojos y encontrar nuevas respuestas a entornos cambiantes es la verdadera llave al candado que muchas veces nosotros mismos nos ponemos.

Y si somos estructurados, nos cuesta salirnos de lo planificado, no nos gustan los cambios es probable que nos estemos perdiendo muchas oportunidades. No hay una lista de lo que se debe hacer, de lo que está bien o está mal. Todo tiene que ver con nuestra conversación interna, como dirían en el coaching. Lo que vale siempre es saber que nuestros pensamientos determinan nuestras acciones. Por eso es tan importante escucharnos, frenar también en nuestra propia inercia. Si nos damos la posibilidad de bajar la velocidad, observar lo que nos pasa, lo que nos rodea, será más fácil decidir con libertad el rumbo a seguir. Y eso es fundamental porque de ahí nacen las huellas que dejamos también para quienes nos siguen e incluso para quienes recorren la vida a nuestro lado.

Puede suceder también que el camino que elegimos presente dificultades, podemos estar desorientados o incluso perdemos. No pasa nada. A no flaquear. Siempre tenemos la opción de volver por dónde llegamos y buscar otra alternativa. Si algo nos sobra en la vida son las oportunidades de empezar cada vez que sea necesario. Pueden aparecer ansiedades, demonios internos que nos abruman, grietas, soledades y diferencias. Pero si entendemos que eso es parte del proceso y que para que salga el sol, siempre tenemos que atravesar la oscuridad de la noche, podremos entender que solo se trata de atreverse a frenar, tomar carrera y saltar hacia lo que deseamos.