La caja mágica

La naturaleza nos da regalos a cada paso. A veces no los vemos y seguimos de largo. Otras veces los vemos, los tomamos, los usamos y los mejoramos.

Podemos sacar lo mejor de ellos. Tal es el caso de estos insectos tan complejos como útiles, las abejas. Su manejo por parte del hombre dio origen a lo que llamamos apicultura, es decir, la actividad dedicada a criar abejas y a prestarles los cuidados necesarios con el objetivo de obtener y consumir los productos que son capaces de elaborar y recolectar. Algo de ciencia y algo de arte y oficio. Un oficio sacrificado, que no sabe de adversidades ni admite demoras.

Una colmena es como la caja de un mago, pero en este caso la magia está en centenares de insectos reunidos que trabajan en concierto en una monarquía perfecta, donde la monarca absoluta es la abeja reina, quien durante sus cinco años de vida dirige la producción de crías y todos los productos necesarios para la supervivencia del grupo: miel, jalea real, polen procesado, propóleos, cera. El ser humano con su ciencia, arte y oficio puede tomar, sin alterar la colmena, estos productos para beneficio propio. Les damos usos muy diversos en la alimentación, la cosmética, la cocina, y aun en la medicina. Es bueno recordar que ningún dulce, por bueno que sea, tiene las propiedades alimenticias de la miel, a las que se suman las preventivas de enfermedades que brindan el polen y el propóleos. Aun el veneno de las abejas, que tanto tememos, es curativo.

Y por si todo esto fuera poco, estos insectos en su afán por obtener su materia prima para semejante elaboración, van de planta en planta, de flor en flor, de hierbas, cultivos y árboles, y cumplen la imprescindible función polinizadora que facilita en gran medida la producción de otros alimentos, como frutos, forrajes y cereales para el consumo humano y animal. Cuidemos entonces su entorno, cuidemos a estos insectos, porque de esta manera nos estamos cuidando a nosotros mismos.