La cama de la DAMELIA

Por Gustavo Nuñez
Fue columnista de varios medios latinoamericanos. Dramaturgo, Miembro de SADAIC Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE. Autor de la novela Pampa y la vía. Instagram: @GAT.ONUNEZ

Habida cuenta que estamos en receso de temporada, trataremos de evitar la tediosa agenda estival de los medios. Por tal razón, voy a dejar por esta única vez, la coyuntura social, política y cultural en esta columna, para escribir una brevísima síntesis del unipersonal musical, La cama de la Damelia, que será estrenada, si los Dioses me acompañan, este año 2023 en Pinamar, en nuestro próximo espacio: PIN-am-ARTE.

LA CAMA DE LA DAMELIA

“Dicen que todo tiempo pasado fue mejor” … Con que liviandad se fue transmitiendo a través del tiempo, esta suerte de tradición cultural que fue pasando de abuelos a padres y de padres a hijos, como una persistente, terca, y forzosa creencia, que había que darla por cierta. Sin embargo, el pasado que a mí me tocó vivir, no coincidió precisamente con este enunciado cándido, pero ciertamente infundado, contaminado tal vez, por alguna sincera imaginación trasnochada, y que fue mutando con el devenir, a esta curiosa y ambigua afirmación, en formato de leyenda popular.

Sí, dicen que todo tiempo pasado fue mejor, sobre todo el pasado de mi cintura, mi piel de porcelana, la turgencia de mis largas piernas, mis cincuenta y cinco kilos, distribuidos como por un pincel de Van Gogh, mi rostro con una expresión virginal y paradójicamente de una sensualidad desafiante que, al mirarme al espejo, me provocaba y seducía a tal punto, que terminaba besándome a mí misma, como si fuera un juego pueril de sexualidad ambigua. Mamá, les contaba a sus amigas, que puso mucho empeño en “diseñar mi vida”. Para mantenerme delgada, no fue necesaria ninguna dieta especial. Por aquel entonces, podía escuchar con frenesí, los sonidos de mi estómago vacío. Fueron tiempos de carencias, y cuando hablo de carencias, me estoy refiriendo a vivir para hoy, sin saber que pasará mañana.

Debo confesar que mamá fue mi primera admiradora. Ella repetía de manera curiosamente apremiante y con desmedido entusiasmo, que su hija Damelia, era como un diamante imposible de ser igualada por ninguna mujer. Claro, que, al escucharla vociferar con esa retórica irritante, no comprendía esa definición a la que hacía referencia. Me refiero, a según ella, “mi condición de mujer”. Apenas tenía catorce años.

Mamá, evidenciaba una obsesión posesiva sobre mí, y no estaba dispuesta a claudicar en la promoción de su único objeto preciado al mejor postor.

Sí, mamá puso mucho empeño en “diseñar mi vida”, y cuando ya era inocultable “su obra de arte”, se sentó frente a mí, como una gran negociadora a punto de cerrar el trato con un cliente y me dijo con serena impunidad: - “Mi querida Damelia, no hay nada entre el cielo y la tierra que se atreva a impedir el irreversible éxito que vamos a tener. Sí, dijo … “que vamos a tener”. Y prosiguió diciendo: - Ahora, mi adorada Damelia, te has recibido con honores de mujer, y de aquí en más, porque está en la naturaleza divina, cuidarás de mí, como yo lo hice por ti hasta el día de hoy. De esta manera, y en nombre de Dios, mamá proclamó como en una sentencia, que había llegado el momento de iniciar el principio de ejecución de “nuestra sociedad”

Que temerario plan tenía mi madre comparando el cuerpo de su hija con las obras de Renoir, Cezane y de Monet, que no fuera mi destino, como una suerte anunciada, terminar en una cama, trabajando en un burdel.

“Este contrato” cambió el curso de mi vida. Los libros románticos que en mi corta infancia había devorado, quedaron sepultados en algún rincón de mi memoria. Mi favorito era, “La dama de las camelias”. Los sueños recurrentes, donde un duende por las noches venía a rescatarme de la incertidumbre, duraron tan solo lo que puede durar un sueño, o, mejor dicho, una pesadilla, porque al despertar, ya nada era igual. Mamá ya lo había decidido.

Se puede suponer que la pobreza te genere, un impulso a combatirla como fuere. Me refiero a que mi vieja, contra el hambre y la miseria, mandó al frente al primer hombre, a la cama de Damelia.

¿En qué te has convertido? Te lo pregunto de nuevo. ¿En qué me convertiste? Te lo suplico mamá. Diseñando mi vida has terminado, condenando a tu Damelia, por un ascenso social.

Solo la presencia inquieta y cercana de mi duende Margarita, con quien compartimos el mismo camino y el amor por las camelias, mitigaban el dolor, en un silencio de complicidad clandestina, y al no poder torcer mi anunciado destino, jugando tendía sus manos invisibles para acariciar suavemente mis heridas, con los pétalos blancos y rojos de una flor. La flor de la camelia.

Una constante imagen, como una película en sepia, aparece cuando cierro los ojos, a veces despierta, y a veces dormida, reproduciendo secuencias y siempre, pero siempre, esta imagen temeraria intentando sin pausa alguna, corporizarse dentro de mí.

Es la imagen de una niña adolescente ¿yo? que sale un día a caminar y a pararse en las esquinas envuelta en un grotesco vestuario y con un desmesurado maquillaje, intentando sumar años a sus pequeños años, insinuando una sensualidad enferma y absurda. Una virgen disfrazada de hembra fingida, enfrentando con hambre, la oscuridad de la noche.

Ellas estuvieron, están y estarán nuevamente en las calles con sus bellezas diseñadas por algún mandato familiar, o por la misma vida que las parió en la carencia más cruel esperando la postergada contención que nunca llegará, y solo sus expectativas de vida, estarán sometidas a la utopía de que algún duende, como en mi propia pesadilla, se apiade de ese destino que, seguramente, y esto lo digo con gran convicción, jamás eligieron transitar.

Como traicionan los sueños, cuando el sueño no es cumplido y al despertar lo vivido, lo vivido en ese sueño, despierta y muerta de miedo, quiero volver a soñar.

Ya no quiero recordar, ni tampoco hablar de más, del diseño de mi vida, diseñado por mamá. Hay un duende recurrente que me sigue en esta vida, curándome las heridas que tuve que transitar, o tal vez yo sea el duende que juega a ser como ella, la dama de las camelias o Margarita Gautier.

No sé si esto fue ayer, o pasó en otra vida, o es mi demencia precoz a encontrar una salida. Que fue lo que pasó entre Margarita y la Damelia, dos mujeres compartiendo sus historias y tragedias, y que amaron con pasión a la flor de la camelia.