“La diplomacia era terreno masculino”

En el marco del exitoso festival Pantalla Pinamar, la Embajadora de Rumania en Argentina nos brindó una entrevista enriquecedora sobre el rol de la mujer en el mundo y su evolución actual.

“La diplomacia era un ámbito bastante masculino. Yo entré en el servicio de Exterior en Rumania en 1990, tres meses luego de la caída del comunismo, cuando se estaba renovando la Cancillería Rumana. Eran muy pocas las mujeres, no llegaban a diez”, introduce rápidamente Carmen Podgorean, en un clima cordial y descontracturado. Luego da detalles de sus pasos previos, que asegura le brindaron herramientas útiles para el actual rol de embajadora de Rumania en nuestro país. Fue guía de museos en un principio, investigadora y organizadora de muestras fotográficas-documentales en temas históricos, también directora de Derechos Humanos. Madre de un hijo varón y a punto de cumplir 40 años de matrimonio, reconoce ciertos costos familiares como producto de su función profesional pero afirma que se puede conjugar familia y diplomacia.

–¿Qué piensa de la igualdad de género a nivel mundial?
–Veo diferentes tipos de situaciones. Me parece un anacronismo que viviendo en el siglo XXI globalizado todavía haya mujeres sin derecho a la educación, sin derecho a elegir su salud reproductiva o a manejar un coche y que sean relegadas en su casa o escondidas detrás de su ropa. En Londres hoy se pueden ver mujeres de la cultura musulmana rica, tapadas de negro con su cara cubierta con metal (como los bozales que se usan para los perros); eso da miedo. Pero, por otro lado, veo progreso en igualdad de género que llega gracias a un conjunto de políticas internacionales y la lucha de la sociedad civil, de las organizaciones no gubernamentales. Todo junto suma y, además, lo más eficiente es la educación, es ahí donde debemos insistir.

–¿Y respecto a la mujer argentina y la rumana?
–No veo gran diferencia. Rumania y los países que pasaron por el comunismo vivieron una época de afirmación de la igualdad, con acceso a varias profesiones. La educación y la salud fueron en su mayoría femeninas. Evolucionamos en la idea de que la mujer trabaja fuera de casa. En los años 50, mi madre decidió abandonar la facultad y quedarse en casa con nosotros y recuerdo que me avergonzaba decirlo. Incluso tuvimos cupos para elecciones y puestos políticos. En Argentina me ha impresionado la participación política de las mujeres. Creo que el feminismo acá no se remite tanto al problema de la posición laboral o profesional de la mujer, sino más bien a la violencia extrema y de género. Es muy preocupante la impunidad que hay; ya parece normal que maten a una mujer en cualquier situación.

–¿Se refiere principalmente a la violencia domestica?
–Ningún país está totalmente exento de este tipo de violencia. En las sociedades donde viví, incluso en Rumania, hay violencia doméstica pero con la educación, el movimiento de la sociedad que ya no tolera, la toma de conciencia sobre lo que es delito, esto está cambiando. Incluso en la cultura popular más anciana esto incluía el maltrato a los niños. Había hasta dichos: “Donde un padre pega, el niño crece”. Ahora está cambiando mucho y creo que se podrían hacer más cambios con buenas prácticas interculturales. Porque lo que impacta en un lugar genera efecto en otro. Por ejemplo, en Bélgica, el tema de la violencia de género fue tomado muy en serio por un grupo de mujeres de la política que implementaron campañas fuertes de concientización en los años 90, principios del año 2000. Yo trabajaba ahí por esos años. El lema que veíamos en las campañas por todos los medios tuvo impacto y decía: “Si pegás a tu mujer no sos un hombre”.

–¿Cree en las campañas de visibilización?
–Sí, claro. Porque llega el mensaje por todos lados, medios de comunicación e incluso pantallas en autopistas, etc. En la televisión uno puede direccionar bien, por ejemplo, el público destinatario que necesita recibir ese mensaje porque ejerce violencia. En Rumania, un clip que causó efecto en contra de la violencia infantil, era un niño triste mirando a través de una ventana de esos edificios con muchos departamentos. Se ve un hombre que sacude una alfombra con una escoba y el niño dice: “Yo nunca voy a sacudir la alfombra porque duele”. Me impresionó. En Bélgica hay muy buena educación, en este sentido, desde la escuela.

–¿Se habla en Rumania de la prostitución adolescente y trata de mujeres que migran a otros países europeos?
–Se habla mucho y hay campañas de afiches grandes hasta en los aeropuertos donde ves chicas que aparentan bien, elegantes, educadas y dicen: “¿Yo, víctima de trata?”. Estas jóvenes migran, más que para estudiar afuera, para buscar trabajo pero resultan engañadas y caen en la trata. Pero creo que caen por falta de información porque Rumania es miembro de la Unión Europea y ya sabemos los derechos del trabajo, hay condiciones laborales y de acceso a la residencia en cada país que, si no cumples con eso, es probable que caigas en esas redes de explotación sexual. Yo no creo en las cifras altas hoy pero reconozco que vivimos una transición como país. Antes éramos más pobres, no había empleo y no teníamos la libertad de circulación y trabajo que ganamos desde el ingreso a la Unión Europea. Yo trabajé como directora de Derechos Humanos y conozco bien esta temática que incluye también explotación de niños que mendigan con la complicidad de su familia, a veces, lamentablemente. Pero hay que comprender el contexto en Rumania, por su ubicación geográfica dentro de Europa, el colapso de la Unión Soviética y la falta de poder de los estados vecinos, como la republica de Moldavia, Ucrania y la guerra en la ex Yugoslavia hasta recomponer los estados, fue un período débil de falta de eficiencia en las políticas. En esa situación Rumania fue un país fuente de personas traficadas pero también de tránsito.

–¿Por qué se la llama la “zona cero” de la trata?
–Porque estamos al extremo este de Europa y somos la segunda frontera exterior más larga de la Unión Europea (después de la de Finlandia) pero nadie dice que el tráfico más grande de drogas, armas y trata de personas pasa por el Polo Norte. Luego estamos nosotros con el Mar Negro inclusive que, como cualquier mar, no es una frontera impenetrable.

Se habla muy poco de esto. Solo encontré en Londres un movimiento parlamentario importante y una ONG que se ocupan y hablan de los clientes, los consumidores. Por eso, pido disculpas, pero si los políticos pagan prostitutas es poco lógico que se obtengan leyes fuertes para impedirlo. Siempre miramos el efecto y la trata, pero no la causa inicial.

–Lo que sigue marcando un sistema machista…
–Por eso el primer trato contra la trata de mujeres que se hizo en la Organización de Seguridad y Cooperación de Europa lo hizo una mujer. En cambio en Londres fue un político hombre. También estamos en Europa debatiendo eternamente sobre la legalización de la prostitución. Mi percepción, como ciudadana, es que todo lo ilegal genera más disfunción. Si el Estado legaliza, pone tasas y fiscaliza, puede controlar, analizar y medir. En Rumania sabemos, por la literatura, que había burdeles en Bucarest que existían antes de la guerra y había controles médicos regulares. Hay países que tienen esa función legal y es controlada, como en Amsterdam, que está a la vista de todos.

–¿Cómo afrontan la temática en su país?
–Uno de los puntos importantes que tenemos en Rumania, aparte de la inversión en educación y en campañas publicitarias, es la capacitación constante en violencia de género a las fuerzas de seguridad, salud y personal judicial para que sepan responder. Eso es importante. Todos los países aprenden, lo triste es que se aprende luego de las tragedias y acá en Argentina ya está instalada. Lo que no comprendo con tanta violencia es qué pasa con las madres. ¿Dónde están las madres de esos hombres violentos? La educación familiar es lo que falla y quizás también la situación de las mujeres no independientes económicamente que soportan.

–¿Cuáles serían, para usted, los mecanismos de empoderamiento?
–La mujer puede ganar empoderamiento con proyectos de educación, salud y participación cívica activa. En Rumania lo logramos con la población gitana, que incluso ahora vota en las elecciones y hasta tiene representantes en los concejos locales. Se trabajó mucho en el respeto y la autoridad de la figura materna, que es clave. “La viejita”, del lunfardo porteño, que es una santa siempre, se debe volver a valorar.

–Yo creo que la mujer tiene el poder de cambiarlo todo…
–Lo tenemos pero no lo usamos siempre. Podemos influenciar para bien en los hijos.

–Para finalizar, ¿cómo fue esta experiencia en Pinamar?
–Estupenda. Ya soñaba con venir desde el año pasado. Es un placer tener tiempo de ver películas, conocer a gente increíble y titanes del cine, además, compartir con gente del cine rumano, que por mis viajes se dificulta.