La gente del espacio y esa extraña roca

Por Amanda Paulos
Bióloga, docente, observadora de fauna silvestre.

¿Sabíamos que desde que Yuri Gagarin en abril de 1961 se consagró como el primer ser humano en viajar al espacio en una nave soviética la carrera por vivir en el espacio no se ha detenido nunca? Dos años más tarde orbitó la Tierra la primera mujer, Valentina Tereshkova. Hoy, hay dos estaciones espaciales tripuladas que orbitan nuestro planeta unas 15 veces por día.

Las estaciones espaciales son construcciones muy sofisticadas donde se realizan todo tipo de experimentos a gravedad cero y bajo condiciones controladas. La más voluminosa e importante es la Estación Espacial Internacional en la que participa desde hace dos décadas casi una veintena de países del mundo y, además de ser un gigantesco laboratorio, es el trampolín de partida para futuros vuelos e inspecciones hacia el espacio exterior. Algunas cifras pueden darnos una imagen aproximada de este megaproyecto: con 80 metros de largo y 100 metros de ancho, 454.000 kg, 7 laboratorios, 7 tripulantes y varios puertos que esperan visitas a menudo, orbita la Tierra 15 veces por día a 400 km de distancia a una velocidad de 7,66 km por segundo, lo que equivale a 27.600 km por hora. Los tripulantes son astronautas que se especializan en las más diversas ramas de la ciencia; los hay astrónomos, geólogos, ingenieros, médicos, biólogos, antropólogos, genetistas y más, pero, por sobre todo, son hombres y mujeres que sienten, aman, temen, sufren y tienen “allá abajo” a sus seres queridos, y al resto de la humanidad. Sin embargo, son seres que por sus capacidades y esfuerzo gozan del privilegio de ver, vivir y sentir a nuestro planeta de una manera diferente: una pequeña roca en un pequeño lugar del universo milagrosamente adaptada para hacer posible que una pequeña cantidad de partículas cósmicas se transformen en materia viva en un ambiente sorprendentemente hostil para la vida.

Algunos de ellos han vivido allí por 8 días, otros por 800 días, pero todos coinciden en que sus vidas cambiaron después de la experiencia porque descubrieron a nuestro planeta como un lugar de milagros que hicieron posible lo imposible: que el inanimado polvo de estrellas se transforme en los seres vivos que conocemos, o no, y que lo habitan desde hace 3.500 millones de años. Somos casi tan pequeños y tan misteriosos como el Principito en su pequeño asteroide.