La invención de la playa para el ocio

El turismo de sol y playa tal como lo conocemos hoy día estrena sus jóvenes trescientos años. Las prácticas turístico-recreativas en la playa no podemos buscarlas antes de 1750 porque las personas sentían miedo de acercarse a la playa y del mar.

¿Cuándo el paisaje litoral se transforma en el objeto de deseo de los hombres? Este es uno de los tantos interrogantes que se plantea Alain Corbin (1993) cuando analiza el fenómeno de la invención de la playa en Occidente para el ocio. En su investigación busca las raíces del miedo y la aversión a la playa antes de 1750 e indaga en la gran influencia que la cosmología judeocristiana impone sobre las representaciones del mar, tanto desde el relato de la creación como desde el diluvio, elementos que ayudan a configurar el imaginario colectivo. En consonancia con estas representaciones, la literatura científica y poética acompaña esta visión del mar como una amenaza para el hombre, como un lugar donde viven criaturas de pesadilla, con sus imprevisibles y violentas tempestades, y la playa es el lugar donde el mar deja sus excrementos. La gran fuerza que la religión judeocristiana ejerce sobre el pensamiento de la sociedad no logra ser impactada por el conocimiento que sobre el mar y los elementos naturales aportan las teorías de la ciencia oceanográfica de esa época.

A partir del siglo XV los relatos de los navegantes incorporan nuevos conocimientos que disparan la imaginación de los escritores sobre el mar y sus riberas. Asimismo entre 1660 y 1665, gracias al avance en las investigaciones oceanográficas que se produce en Inglaterra se abre un conocimiento más amplio sobre el mar y, por otro lado, se aleja la imagen de Satán en el imaginario occidental, actitudes que dan origen a una nueva manera de mirar esa gran extensión de agua salada llamada mar.

Por tal motivo, en las primeras décadas del siglo XVII comienzan a perfilarse nuevas modalidades de interpretación del paisaje a través de su contemplación; se pasa del horror y la repulsión a la fascinación de su visión como la obra más perfecta del Creador. La belleza de la naturaleza muestra el poder y la bondad de Dios. Esta interpretación lleva a las elites a buscar la ocasión de experimentar una nueva relación con la naturaleza y descubrir el placer de disfrutarla como un espectáculo siempre cambiante. Seguidamente, a mediados del siglo XVIII, las nuevas teorías científicas actúan eficazmente a favor de la desaparición de las imágenes negativas comentadas al principio y este sistema de representación de la naturaleza de tipo teológica comienza a ser reemplazada por otros modos de apreciación de tipo cientificista.

Es a partir de 1750 que se observa una corriente de bañistas hacia la playa. Las causas que originan esta movilización se encuentran en la búsqueda de alternativas de las clases dominantes para vencer la melancolía y angustia que se apodera de esta clase social en ese siglo. Es entonces cuando aparece la práctica del baño frío en agua salada como remedio para los males de la civilización urbana y como corrector de los efectos perniciosos del confort. Según Corbin, parecería que “la playa endurece a los individuos esclavos del confort que sólo saben caminar sobre alfombras”. Para esta época, la exhortación terapéutica al baño frío se relaciona más con un proyecto moralizador que corrige las formas viciosas del vivir y atenúa las pasiones, que con un proyecto recreativo.

A principios de 1840, el ferrocarril llega hasta las riberas marítimas europeas, y Brighton (Inglaterra) se convierte en el primer balneario de mar del mundo occidental. En algún momento de la historia del acercamiento a la playa por motivos terapéuticos, se da un quiebre en las motivaciones en relación con el uso de la playa. Individuos en buenas condiciones físicas comparten y compiten en ese espacio en la búsqueda de la armonía del cuerpo y la naturaleza. La práctica del uso terapéutico de la ribera y del baño frío recomendada por los médicos para los pusilánimes comienza a atraer a la figura del “gentleman”, abriendo el camino de la apropiación de la playa para el ocio.

A partir de la instalación definitiva del goce de la playa como una práctica usual en la Europa del siglo XIX se generan diferentes reorganizaciones de ese espacio en función de las nuevas demandas de ocio. El predominio inicial lo asume la aristocracia y son las familias reales quienes crean y ponen de moda el balneario de playa. Cuando la burguesía se suma a las prácticas recreativas en balnearios marítimos lo hace en función de sus propios ritmos, impulsando el uso multitudinario y masivo de la playa.