La pandemia no deja espacio para indiferencia, egoísmo, división y olvido

Enviado por el equipo de comunicación de la parroquia Ntra. Sra. de la Paz

El contexto de pandemia en el cual se celebró la fiesta más importante para todos los católicos, el domingo de Resurrección o de Pascua, es de “prueba para la humanidad”, que convoca a “globalizar la fe, la esperanza y la solidaridad”, como señaló el obispo Gabriel Mestre en la misa online que ofició desde la Catedral.

“La muerte no tiene la última palabra, sino que la última palabra la tiene la vida”, surge de la prueba de saber de la Resurrección de Jesús, que es cuando adquiere sentido toda la religión: “Cristo triunfó sobre la muerte y con esto abrió las puertas del Cielo”, redondeó el mensaje.

Desde el Vaticano, en la noche que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba, el padre Francisco encendió como una llama nueva la Buena Noticia: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!” (Secuencia pascual), otro “contagio” de la esperanza, que se transmite de corazón a corazón.

Aclaró Francisco que la victoria del amor sobre la raíz del mal no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.

Invocó a “los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós”.

Al mismo tiempo, clamó por consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas.

También recordó a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. “Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos”, sostuvo.

Puso de relieve el pontífice que “en estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo”.

Se lamentó de que “esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación”.

Permaneciendo unidos en la oración, manifestó, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano, repitiéndonos con fuerza: “No temas, he resucitado y aún estoy contigo” (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).

Imploró que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos.