La sabiduría de la naturaleza

Hace algunos años, con un grupo de alumnos del Instituto Gabriela Mistral de Pinamar, visitamos a la señora Teresa Guerrero en la casa donde residía entonces, cercana a Cariló pero dentro del ejido municipal de Gral. Madariaga.

El objetivo de esa visita fue intercambiar opiniones sobre la historia y el desarrollo de la zona rural aledaña en el marco de la cursada de algunas materias en la carrera de Manejo Ambiental y Salud, que se dictaba en el mencionado instituto terciario en ese momento.

Eran difíciles años de sequía, una de las peores sequías que se recuerda en las últimas décadas. Desaparecieron los espejos de agua en las zonas de humedales, los bañados, las cunetas, las napas para uso familiar. Los pastos y hasta los árboles comenzaron a amarillear, se olvidaron de florecer, las grandes y emblemáticas lagunas de la zona se secaron por completo, sus lechos estaban cubiertos por esqueletos de peces y restos de elementos que a lo largo del tiempo habían ido quedando sumergidos. La vida silvestre de casi toda la provincia se redujo a los mínimos niveles necesarios como para poder sobrevivir: plantas y animales carecían de agua y alimento suficiente como para poder reproducirse. Había entre los productores ganaderos de la región una verdadera preocupación. En las poblaciones asentadas sobre las dunas costeras las familias debían renovar las perforaciones hogareñas de provisión de agua, lo que resultaba muy oneroso.

Recuerdo muy claramente que la señora Guerrero expresó: “Después de la seca, viene la inundación”. Y tenía razón: en esa etapa estamos hoy. Aunque ahora nos preocupemos por el exceso de agua, las poblaciones silvestres de plantas y animales se están recuperando con creces. Están encontrando un nuevo punto de equilibrio para poder hacer frente a nuevos ciclos que retornarán a estas tierras la sequía en el futuro. Respetémoslos, ellos saben, porque como reza el viejo dicho popular: la naturaleza es sabia.