“Lo que no conocemos y apenas sospechamos” (Rubén Darío)

“Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche”.
Jorge Luis Borges

Las ciencias y el arte a veces se tocan, a veces se superponen, a veces se funden. Y, al sentarme a escribir estas líneas, a menudo esta realidad me resulta sobrecogedora. Pensamos en la cúpula de una catedral y en los cálculos matemáticos que fueron necesarios para concretarla y allí está esta idea; pensamos en la proporción áurea del Hombre de Vitruvio, y otra vez. Hoy mi idea fue escribir sobre la casi infinitud de lo que desconocemos y me invadió el recuerdo de los versos de Darío. Pensé en la ironía que padece la ciencia moderna que llegó al punto de no poder ya guardar todo el conocimiento en libros, y recuerdo la ironía en la vida del gran poeta argentino que recibió la Dirección de la Biblioteca Nacional cuando se apagaron sus ojos. Alguien imaginó cómo representar lo conocido dentro de la inmensidad de lo desconocido y lo hizo dibujando el radio de un círculo. Sí, según los científicos tan sólo el radio de un círculo representa dentro del círculo lo que la ciencia conoce hoy. Nos parece tanto porque necesitamos sofisticados ordenadores para guardarlo todo, y no obstante es eso, sólo eso el conocimiento humano, esa línea dentro de la figura geométrica.

Los microbiólogos calculan que son 35.000 millones las especies de bacterias y arqueos en nuestro planeta, sin embargo sólo se identificaron un millón. Los físicos manifiestan que la proporción de lo desconocido versus lo conocido en su ámbito de estudio es la misma, y además resulta que de toda la materia el 85% es invisible y que interactúa con nuestros cuerpos, pero no con la luz. Y, aunque la explicación que ofrecen hoy es ésa, no pueden detectarla, por lo que dieron en llamarla “materia oscura”. Dedican años de su vida, quizás toda su carrera profesional a buscarla, pero aceptarían un no por respuesta y comenzarían de nuevo a tratar de encontrar otra explicación. En la ciencia, dicen, pasa lo que tiene que pasar. La ciencia es un viaje; algunos deciden estudiar la vida y otros el universo. Los psicólogos no sólo escuchan y hablan, algunos dedican su vida a la investigación empírica y estudian, por ejemplo, qué es la conciencia: cómo la actividad biológica del cerebro humano da como resultado los estados mentales, algo tan privado que dificulta la intervención. Aun así lograron descubrir que la voluntad es parte importante de la conciencia, que los pensamientos tienen que aprender a interactuar con el cuerpo, que el cerebro es un órgano complejo formado por 88.000 millones de neuronas y que cada neurona se conecta por lo menos con otras 10.000. Pero el misterio detrás de esto es enorme.

Y están los astrobiólogos, interesados en saber si en el universo estamos solos. Y está la ecología microbiológica que estudia las interacciones entre los microbios a veces a temperaturas superiores a los 70° C en las fuentes termales y en los fondos marinos desde donde regulan la cantidad de metano que puede llegar a la atmósfera como gas de efecto invernadero. Y la ilustración del árbol genealógico de las especies vivas se parece mucho a la ilustración de un cerebro. Fascinante. Tiene razón Darío: apenas sospechamos lo que no conocemos.