Los malos modales y el carisma

Por Teresa Geerken
Licenciada en psicología

Quizás el título les sugiere dos cosas dispares, contrarias: quien tiene malos modales, difícilmente tiene carisma, podrían decir. Así es, efectivamente.

El psicólogo Howard Gardner definió “inteligencia social” (SI, por sus siglas en inglés) en su teoría pionera de las múltiples inteligencias. Incluye ciertas habilidades, como “conciencia situacional, presencia, autenticidad, claridad y empatía”. La gente se siente naturalmente atraída hacia las personas con un mayor nivel de inteligencia social. Esto es porque ellos logran que los demás se sientan valorados, amados, apreciados y respetados. En contraste, las personas con bajos niveles de SI presentan un “comportamiento tóxico”, que hace que las personas a su alrededor se sientan incómodas, enojadas y disminuidas.

Las interacciones sociales tienen lugar en un contexto de reglas de comportamiento establecidas, y de patrones subyacentes y decisiones inconscientes. Si usted está preocupado por su agenda y sus propios intereses, y es incapaz de percibir los intereses y necesidades de los demás, sus experiencias sociales sufrirán. Tendrá dificultades para que los demás interactúen y cooperen con usted.

También, se define a la conciencia situacional como nuestra respuesta en situaciones sociales. Ésta supone valernos de nuestra intuición e inteligencia para decidir, por ejemplo, si debemos hablar o simplemente callar. Que nos va a beneficiar en cada situación, como obtener mejores resultados. Para desarrollarla debemos prestarle atención a las señales verbales y no verbales de quienes nos rodean.

La “estupidez situacional” consiste simplemente en mantener una posición egoísta e irreflexiva. Es por esto, lo contrario al carisma, los “malos modales”.

Los seres humanos llenan los espacios con significados, y dichos significados influyen en sus interacciones. Pensemos en todo lo que sentimos cuando entramos a un tribunal o a un club. Las interacciones sociales dependen del tipo de espacio en el que habitemos:

1. Espacios públicos: almacenes, parques, etc., en los que nadie está obligado a interactuar.
2. Espacios sociales: por ejemplo, una fiesta, donde las personas interactúan más directamente.
3. Espacio personal: la “zona de comodidad” de cada individuo, que varía en cada cultura.
4. Espacio íntimo: el espacio que rodea nuestro cuerpo íntimamente. Entrar al espacio íntimo de una persona supone cercanía emocional o interacción sexual.

Hay, por ejemplo, personas que sienten la compulsión de permanecer frente a los demás. En la ruta, estas personas aceleran justo cuando las estamos tratando de adelantar. Tratan a los que están detrás de ellos en una fila como si fueran socialmente inferiores. La organización del espacio físico puede generar un efecto subliminal sobre nuestros prejuicios sociales. Nuestra postura, gestos, tono de voz y forma de vestir comunican un “contexto de comportamiento”. Los demás reaccionan inconscientemente ante estas señales.

Observe personas en espacios públicos y trate de descubrir a qué grupos pertenecen. Identifique todas las técnicas verbales y no verbales que usan para comunicar su relación y estatus. Mire una película sin sonido. Vea cómo los personajes comunican significados con sus gestos, expresiones y con su posición espacial. Note el efecto que el espacio físico genera en usted.

Otro concepto que se relaciona a los anteriores es la presencia; esto tiene que ver con la impresión que causamos a los demás. Es la suma de nuestro lenguaje corporal, apariencia física y comportamiento. El carisma es nuestro nivel de energía social, esa cualidad intangible que atrae a los demás. A veces es necesario ajustar la intensidad de nuestra Inteligencia social dependiendo de la situación social. Tome en cuenta, por ejemplo, cómo los policías ejercen su autoridad dependiendo de si están almorzando o enfrentando una situación peligrosa.

Como se expuso, es posible modificar nuestras actitudes a partir de estos observables que se plantean. Pero creo que la cuestión de controlar o modificar los malos modos, como las demás cuestiones de carácter psicológico, se presentan una vez que podemos replantearlo, darnos cuenta de lo que nos pasa, poder vernos desde afuera, o hacer caso de la pregunta de los demás: “¿Te pasa algo?”, por ejemplo. O: “¿Estás enojado? Pero, claro, esto nos lo pueden decir nuestros seres más cercanos y de confianza; no es habitual que una persona le pregunte a la empleada del negocio a donde fue a comprar por qué le habla de esa manera, o si tiene algún inconveniente cuando la trata mal o, mejor dicho, cuando tiene malos modos.