Metamorfosis, y una anécdota

Por Amanda Paulos
Bióloga, docente, guía de naturaleza

En las salidas domingueras con amigos nunca falta el humor. Lo que no es tan común es que lo que nos haga reír sea un insecto. Pero esta vez sí. En pleno mes de febrero las mariposas bandera argentina nos deleitan con su vuelo ondulante a la sombra del bosque de coronillos del club de pesca de la Salada Grande. Uno de esos domingos, mientras comíamos un asadito comentaba alguien que había leído que en el estado adulto se alimentan, por libación, de jugos fermentados de frutos en descomposición. Por eso, en el grupo surgió la pregunta, a modo de chiste: “¿Les gustará el vino?”.

Para nuestra sorpresa, la respuesta no tardó en llegar. Mientras que las demás seguían danzando en la fresca sombra dominguera, una de ellas se posó en la cabeza de uno de los comensales. Parecía que ya lo tenía planeado. De allí voló a su hombro y del hombro a la mesa al lado de la copita con algo de vino en el fondo. Se subió lentamente por la parte exterior de la copa, luego al borde, comenzó a bajar por dentro y allí fue directo a pararse con sus peludas patitas sobre el aromático líquido. Desenroscó su pico chupador en forma de espiral y comenzó a libar. La observamos sorprendidos, le hicimos algunas fotos y después de unos segundos alguien, por temor a las consecuencias, la tomó con sus dedos cuidadosamente y la soltó en vuelo.

Las hembras adultas fecundadas depositan sus huevos, como lo muestra una de las fotos, sobre las hojas del coronillo, planta típica de nuestros montes madariaguenses. De ellos nacen después del invierno larvitas muy pequeñas, de sólo unos pocos milímetros, rojas, con algo de blanco y negro, que comen sin cesar las hojas del coronillo, al que le hacen una poda natural. Crecen rápidamente, alcanzan casi los diez centímetros y luego se transforman en crisálidas en la primavera. A mediados del verano salen los adultos, nuestra mariposa de la foto, que, evidentemente, es cierto que liba del néctar de algunas flores pero también le apetecen los jugos fermentados de frutos. Los adultos viven unos pocos días, se aparean, y ponen sus huevos nuevamente sobre las hojas de los coronillos. Estos pasan allí todo el invierno y, con la llegada de los primeros días templados, un nuevo ciclo comienza. ¡Así es la vida!