Miguel Nazar: el recuerdo de un policía de los de antes

El viernes 27, el ex policía dejó este mundo. Con 96 años y un pasado glorioso que habita la memoria de su pueblo, que lo recuerda, seguirán manteniéndose vivos los relatos de sus anécdotas en el imaginario de la gente.

En el libro de Juan Cruz Jaime, editado por Pinamar SA, Miguel Nazar hace un extenso relato acerca de su derrotero como responsable de la seguridad del partido. De sus partes más salientes podemos destacar que el policía ejemplar nació en Saladillo y que, si bien inició sus estudios primarios, debió interrumpirlos para ayudar a sus padres en las tareas rurales. Una vez cumplida su obligación con la patria, tras su paso por el servicio militar y de manera fortuita, ingresa a la policía y es asignado a General Madariaga. Corría el año 1943.

Luego de un año y medio, la superioridad lo mandó en comisión a Pinamar. Compró un caballo y, al día siguiente, de mañana, emprendió la marcha, que se extendió en unas catorce horas, que fue el tiempo que le demandó cubrir ambos partidos.

Allí Miguel conoció el mar. El impacto ante la magnificencia del océano se resume en pocas palabras: “Era una cosa muy grande. Desensillé y fui caminado a la playa. Me sorprendió ver una cosa tan inmensa, y al regresar le pregunté a Jorge si era muy hondo. –¡Hondísimo!, me contestó –¿Lo puedo cruzar a caballo? –No. ¡No tiene final!”.

La etapa fundacional del partido fue muy sacrificada; son muchos los pioneros que dan fe de esos tiempos en extremo rigurosos. Miguel Nazar recorría las localidades a caballo y llegaba hasta Tío Domingo, distante unos 30 kilómetros de Pinamar.

Con el empuje que lo caracterizaba, Nazar decidió quedarse en forma definitiva y para ello se fue imponiendo del contenido de los códigos penal, civil y de procedimientos.

En 1953, el gobernador de la provincia de Buenos Aires convocó a personal de tropa para rendir examen en la Escuela de Cadetes Juan Vucetich, una forma de seleccionar a futuros alumnos del establecimiento para que tuvieran la oportunidad de cursar durante un año.

Nazar fue aceptado y al cabo de un año ingresó como oficial subayudante; en 1956 es nombrado ayudante; en 1957, oficial subinspector. En el 61 ingresa en la Escuela Superior de Policía, de donde egresa, al cabo de un año, como oficial inspector, y tras otros pasos intermedios corona su carrera con el grado de subcomisario.

Miguel Nazar fue un hombre de instituciones. Las cooperadoras de la Escuela 1 y de la Biblioteca Popular Manuel Belgrano supieron de su esfuerzo, así como otras instituciones clave en el desarrollo del quehacer pinamarense. El uniformado estuvo más de 30 años en su cargo; fue el primer policía de Pinamar y Gesell.

Manuel Ponce recuerda que fue su primer jefe, en 1964, luego de haber ingresado a la policía. Por ese entonces le tocó compartir la responsabilidad de la seguridad con otros efectivos, de apellido Márquez y Tisera, y Walter Vega, además de Nazar, para cubrir un territorio que, si bien era extenso, no tenía muchos habitantes.

“En todo el sentido de la palabra, Nazar era un señor, como padre, como jefe. Fue quien nos enseñó todo”, trata vanamente de recordar Ponce, embargado por la emoción.

Tiempos duros en una dependencia pequeña sobre la calle Jonás, detrás del actual Hotel Arenas. Pone recuerda y no deja de resaltar que Nazar inspiraba respeto con el ejemplo. “Cómo no lo íbamos a acompañar”, recalca.

El propio Miguel Nazar ha dejado una frase que lo pinta de cuerpo entero: “Creo que mi permanencia por tanto tiempo en Pinamar ha sido porque me dediqué exclusivamente a mi trabajo de policía, cuidando a la gente y sus bienes y no permitiendo que la delincuencia se arraigara en la zona. De mi accionar como policía, lo han dicho en muchos diarios, que comentaban que la delincuencia no pasaba de la rotonda de Pinamar, sino que seguía hacia Villa Gesell u otros lugares. Pero todo esto no hubiese sido posible si no hubiera tenido la cooperación y el respaldo permanente de la gente de toda la zona a quienes agradezco y recuerdo uno por uno, que sin retaceos me apoyaron, como así principalmente al arquitecto Jorge Bunge, que me brindó desde un primer momento todo lo necesario para que pudiera cumplir con mis obligaciones”.