“Necesitamos dos alas para volar, una material y otra espiritual”

Cristina Cuoco, instructora de El Arte de Vivir, cita a uno de sus maestros de India y recuerda que con dos alas materiales no podemos volar, tampoco con dos espirituales, necesitamos ambas.

Hoy conocemos más a una mujer sumamente emprendedora “audaz, productiva y feliz”, como dice su perfil de Whatsapp. Cristina nació en San Martín. Se crió en Villa Ballester. A los cinco años su familia se mudó a Mar del Plata; allí cursó el primario y el secundario. Cuando tenía 20 años se fue a estudiar teatro a la CABA. Pero eso no prosperó. Cristina tenía otro camino para recorrer. En la gran ciudad le faltaba horizonte, y sobre todo el mar.

Como todo en la vida tiene un fin, allí conoció a un hombre que fue su pareja, con quien vino a Pinamar a conocer en principio y después a vivir. Fue cuando se enamoró del lugar. Cuenta que en ese entonces había de todo para hacer y crecer. Más allá de la naturaleza, que la atrapó, comenzó a desarrollarse como instructora de hockey; entrenaba a los chicos en el Club Pinamar, pintaba aleros, en temporada trabajaba como camarera, “se hacía un poquito de todo, había menos gente y mucho para hacer…”

“El Pinamar de antes estaba más cuidado. La naturaleza era lo más importante que teníamos. La gente que venía amaba el lugar y lo cuidaba. No había tanta ambición como ahora… Todo cambió mucho”, dice Cuoco.

Actualmente Cristina Cuoco desarrolla dos trabajos: en el restaurante de Cariló, que tiene más de 23 años, y hace tres temporadas que está a cargo de la hostería Belvedere, donde busca ofrecer “algo más” a los huéspedes, su idea es que sea un espacio donde vayan a recuperar la salud y el bienestar, no solo a pasar unos días de playa. Por ejemplo: ofrece una salita de meditación y relax para quienes deseen retirarse a estar un momento en soledad, leer, pintar mandalas; se puede tomar masajes, hacer yoga y meditaciones guiadas.

Además hay otro espacio para las personas que deseen cultivar el interior y es La Casita famosa ubicada en de Las Hespérides, que para ella fue un desafío desde el inicio. “Muchas veces el universo te pone obstáculos y son nada más para que crezcas”. Eso sintió cuando empezó el proyecto de La Casita, que se hizo con mucho trabajo durante tres años, con muchos errores, desde la construcción, pero todo ha sido un verdadero aprendizaje. “Las dificultades siempre fueron ventanas”, sostiene. Hasta de niña ha tenido esta sensación.

En La Casita colaboraron muchas manos, se hizo con ayuda del cielo. Como estaba sobre un médano, le decían “la casita del cielo” y las cosas se facilitaban a medida que se iba levantando. Por esto ella decidió que, una vez que no la usara, la ofrecería para actividades de crecimiento espiritual. Allí se han dado talleres de acupuntura, homeopatía, ayurveda, shiatsu, yoga, ceremonias de Thao, meditación de cuencos y, por supuesto, los cursos de El Arte de Vivir.

Más allá del camino espiritual que ella había recorrido, en El Arte de Vivir no solo conoció técnicas de respiración. El segundo día que realizó su primer curso ya supo que quería ser instructora. Los cambios fueron notables en muchas personas, y remarca: “Si este curso lo tomaran los políticos, no habría guerras en este mundo”.

“Guruji, es fuente de inspiración en la vida. Él lo da todo y constantemente se puede mejorar como persona... Hay muchísimo para profundizar. El Arte de Vivir me enseñó que vine a este mundo a dejar una huella”, concluye.