Nuestra Señora de la Paz y la niña Laura Vicuña son patronas del alma pinamarense

Hace tres años, el obispo de la diócesis a la que pertenece el Partido de Pinamar, Antonio Marino, consagraba a la capilla de Ostende en honor a la beata Laurita Vicuña. Fue en la fecha en que se celebran las fiestas de la niña glorificada, considerada la patrona de las víctimas de abusos e incestos y los huérfanos y mártires de Chile y de la Argentina.

El domingo a las 19 se llevará a cabo la procesión, como se hace todos los años, con salida del templo de la avenida Víctor Hugo, en la localidad vecina a Pinamar. La marcha religiosa culminará en una misa y festival artístico, con la participación de la comunidad local, a la que suele sumarse el turismo que para esta época visita los balnearios.

Dos días después, el martes 24, se conmemora el día de la patrona parroquial Nuestra Señora de la Paz, si bien las fiestas se trasladan a setiembre para que los residentes, ahora abocados a la atención de la temporada alta turística, ya distendidos, puedan disfrutar de las celebraciones. El 24 habrá misa a las 20 y luego se llevará a cabo un rosario iluminado en su honor, que se repite en la playa, todos los martes, en el balneario Marbella.

La beata Laura Vicuña Pino es una niña de 13 años que encontró a Jesús y dio la vida por la conversión de su madre. Criada en la espiritualidad salesiana de las Hermanas de María Auxiliadora, en Junín de los Andes, y muy devota de Santo Domingo Savio, a quien se parece en su amor puro a Jesús y a la Virgen, se destaca por su devoción y sueña con ser religiosa.

A muy temprana edad comunica al confesor, el padre salesiano Crestanello, su decisión de entregar su vida a Dios para la salvación de su madre, que vivía en unión libre con el estanciero Manuel Mora. El le dice: “Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto”. Ella está resuelta en su ofrenda. Recibe la comunión a los diez años. Ese día se ofrece a Dios y es admitida como “Hija de María”.

En casa, Mora trata de manchar la virtud de Laura pero ella se resiste, por lo que es echada a dormir a la intemperie. Después de esto, ya no quiere pagarle la escuela pero las monjas la aceptan gratuitamente. Un día, cuando la niña vuelve a casa, el padrastro le propina una paliza salvaje. Ante una inundación que azota a la escuela en pleno invierno, Laura pasa muchas horas con los pies en el agua helada, ayudando a salvar a las más pequeñas. Cae enferma de los riñones con grandes dolores. La madre se la lleva a su casa pero no se recupera. Le confiesa ya agonizante: “Mamá, la muerte está cerca, yo misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a El”.

Mercedes le jura que desde hoy ya nunca volvería a vivir con ese hombre, que Dios era testigo de la promesa y que cambiaría desde ese momento su vida. Así el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Cumplió su misión en la tierra, fue instrumento fiel de la Divina Misericordia. Recibe la unción de los enfermos y el viático. Besa repetidamente el crucifijo. Lanza una última mirada a la imagen de la Virgen que está frente a su cama y exclama: “Gracias Jesús, gracias María”, y muere dulcemente el 22 de enero de 1904. Sus restos descansan en el Colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca, Argentina.