Ocurre a veces, pero ocurre

Por Raúl Coronel
Licenciado en Periodismo

De repente se da que ese chico que uno vio crecer y que emocionados, hace unos años, nos arrancó lágrimas de alegría ha cambiado. Está distinto, su mirada se ha opacado, su paciencia y su risa se han ausentado y han sido reemplazadas por la ira. Unos arranques irreflexivos, casi rayanos con la agresión física.

Ha adquirido otros hábitos, ya no prestigia con su impronta de joven nuestra mañana del desayuno en familia ni se suma a las actividades de las que hasta no hace mucho parecía disfrutar.

En su accionar nuestro hijo, nieto o sobrino notamos que se ha vuelto reiterativo, que varias ideas fijas se agolpan en su cabeza y se suman a un circuito cíclico que agudiza su preocupación ficticia ante persecuciones inexistentes.

Hace rato su rendimiento en los estudios ha mermado considerablemente. Otros amigos lo frecuentan pero, rara vez, alguno de ellos ingresa a la casa. Los horarios se han ido corriendo, se acuesta tarde y a la mañana siguiente se levanta con el tiempo justo para el almuerzo. Se ha incorporado a ese grupo de adolescentes, cada vez más numeroso, que ha construido un mundo propio sobre la base de horas trasnochadas de celular y hermetismo inexplicable.

Dentro de su pensamiento no cabe la posibilidad de rendir cuentas o compartir proyectos. Hace rato dejó de planificar su futuro, pero sí construye una cáscara para mostrar fuera de su casa, del ámbito familiar. Juega con los límites y pone en práctica la manipulación.

Cuando nos dimos cuenta de que se drogaba ya era tarde y hubo que recurrir al extremo de la internación, ya que en ningún momento reconoció su enfermedad. Cuando lo dejamos internado, aunque no nos dimos vuelta, imaginamos su sorpresa y temor, pero no quedaba otra. En poco tiempo habíamos tomado conocimiento de todas las variantes de la drogadicción, de sus lugares comunes y de las estrategias más usuales para seguir alimentando la mentira de que la marihuana no hace nada y que cuando él lo dispusiera podría alejarse de la adicción.

En fin, cuando llegamos a casa nos pusimos a acomodar su cuarto. Vasos con propaganda de alguna cerveza, la camiseta de la selección y las réplicas de motos que sin proponérselo se habían convertido en el inicio de una pequeña colección. Acomodamos todo, como todos los días y como si fuera a regresar esa misma noche, como lo había hecho alguna vez de la escuela, del gimnasio o de un fogón en la playa. La cena fue en silencio y sin mayores comentarios.

Volví a pasar por su cuarto y me topé con una foto del viaje de fin de curso a Bariloche donde aparecía con un grupo de amigos. Hace un par de meses la había contemplado pero de una forma distinta. Esta segunda lectura fue más cruda, ya que durante el aprendizaje me había enterado de que un gran porcentaje de esos chicos se drogaban o se habían vuelto alcohólicos. Un montón de pibes que compraron la idea de que eso era la vida.

Los que buscaban recuperarse no frecuentaban el grupo, seguramente habitaban otra foto que no estaba en mi poder.

Éstos son los momentos en que uno se pregunta en qué se equivocó, son los lapsos en que repasa una trayectoria como padre.

Aparece un montón de conocidos y parientes lejanos que aseguran conocerlo todo de antemano. Son los mismos que nunca dieron el alerta, quizás pensando que el problema es sólo de la familia, cuando no es así. Cada uno de nosotros forma parte de una comunidad y una adicción es una patología social que tiende a generalizarse. Así que los consejos y las sabias recomendaciones llegan tarde. Una reflexión más profunda nos da la pauta de que no estamos preparados para manejar esta situación. Desde el Estado notamos que tampoco hay una respuesta efectiva.

No puedo menos que pensar que los gobiernos fallan. En esta ciudad cada vez se consume más droga, cada vez son más visibles los lugares que la comercializan, son históricos. Por otro lado, no hay sitios de internación ni de tratamientos prolongados. Pareciera que el esfuerzo es hartamente insuficiente.

El flagelo crece y se va llevando a su oscuridad a nuestros chicos; ocurre a veces, pero ocurre. No miremos para otro lado.