Palabras más, palabras menos

Por Fernanda Grimaldi
Consultora especialista en comunicación y marketing. Licenciada en relaciones públicas, con maestría en comunicación institucional y posgrado en recursos humanos.
fgrimaldiarg@gmail.com

Nuestro día está repleto de palabras. Y son las palabras que elegimos las que nos condicionan y tienen un poder sobre nosotros porque pueden crear el sueño más bello o destruir lo que nos rodea. A partir de las palabras declaramos nuestra visión del mundo, de la vida, de nosotros mismos. Somos.

El origen de nuestras palabras no está simplemente en nosotros. Las palabras que eligieron para explicarnos quienes somos, cómo es el mundo, qué esta bien o está mal son palabras que recibimos de otros y así pasaron a formar parte de nuestro diccionario.

Todo el tiempo, querramos o no nos llegan mensajes. Algunos pueden ser cálidos, que provoquen felicidad y otros quizás nos dejen pensando o incluso sean violentos, agresivos y nos entristezcan. Y todos esos mensajes tienen en común que siempre nos piden una confirmación o un desacuerdo.

Cuando crecemos como persona algunas cosas incomodan, molestan y nos llevan a explorar nuevas ideas, confrontar las que heredamos. En este proceso se pone en duda hasta nuestra identidad. Nuestros mensajes y palabras con nosotros mismos son los que originan luego nuestras palabras hacia los demás. Es un proceso complejo porque implica analizar las dos caras de una moneda. Y cuando nosotros somos esa moneda no es fácil ver nuestra luz y nuestra sombra. Por eso una declaración es una oración creativa y un compromiso que es necesario respaldar con nuestra acción. Porque el hacer, le da valor y autoridad a lo que decimos.

En el libro “Los cuatro acuerdos”, del médico mexicano Miguel Ruiz, una de las cuestiones que plantea es el ser impecable con nuestras palabras. Porque más allá de que heredemos las palabras tenemos la libertad y posibilidad de elegir cómo, cuándo y para qué usarlas. Incluso podemos no elegir las situaciones en las que nos vemos inmersos pero sí las palabras que vamos a usar para responder a ellas.

Cabe preguntarse: ¿al servicio de qué están mis palabras? ¿Qué cambio busco en las personas de mi alrededor? "Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radican nuestro crecimiento y nuestra libertad". Esta frase de Victor Frankl es la que mejor describe la necesidad de analizar nuestro estado emocional, revisar los procesos mentales y emocionales que producen nuestras palabras para reparar lo que sea necesario para comunicarnos mejor. Sentimos una emoción, la procesamos internamente y luego elegimos una palabra para denominar esa emoción y la comunicamos. Y es un proceso inconsciente.

Habremos logrado algo trascendental cuando dejemos de reproducir mensajes aprendidos para decidir por nosotros mismos lo que queremos decir, cómo y cuándo. Es poder reconocernos, tener claro lo que nos identifica y quienes estamos siendo y que queremos lograr.

Las palabras son como un imán, que atraen tanto lo bueno como lo malo y una herramienta poderosa que condiciona nuestros resultados en todo lo que hacemos en la vida.

Antes de encarar tu próxima reunión (laboral, familiar, social), pensá en cómo querés interactuar con cada uno. Intencioná cual es es el ánimo con el que querés que transcurra ese momento ¿Podrías empatizar con las necesidades del otro en una situación tensa? No pongas piloto automático: abrí los oídos y prestá atención. Y si del otro lado vienen mensajes hirientes, no te lo tomes personal: se requiere mucha claridad para no arrojarle a ese otro nuestras sombras.

En estos tiempos de muchas palabras devaluadas que transmiten inseguridad, incredulidad, es necesario recuperar las palabras que construyen, que contienen, sostiene, creíbles y confiables.