Enviado por el equipo de comunicación de la parroquia Ntra. Sra. de la Paz
El 8 de diciembre, Día de la Concepción de la Virgen María, compartimos la Marcha de la Esperanza pero armar el arbolito con el pesebre también necesita dedicarle un tiempo.
Estarán presentes en el lugar central de los hogares hasta el 6 de enero, Día de los Reyes Magos. Y son receptáculos obligados de los regalos navideños y de Reyes durante las fiestas.
San Francisco de Asís, el santo de la humildad y de la pobreza, inventó el pesebre en la Navidad de 1223, mientras estaba débil y enfermo.
De modo que en el pueblito de Greccio, en Italia, organizó la que creía que sería su última Navidad en la Tierra.
Hizo representar en una gruta del bosque la escenografía de la llegada del niño Jesús a los campos de Belén, que él había conocido hacía poco en un viaje que hizo a Tierra Santa.
Con un amigo, llamado Juan Velita, prepararon, en secreto, un “pesebre vivo” para sorprender a los niños y grandes de la región, según el relato del Evangelio de San Lucas.
Era como si el tiempo hubiera retrocedido muchos años, y se encontraran en Belén, celebrando la primera Navidad de la historia: María tenía a Jesús en sus brazos, mientras José, muy entusiasmado, conversaba con un grupo de pastores y pastoras, que no se cansaban de admirar al niño que había acabado de nacer…
El sacerdote, que había participado en aquel secreto, celebró la Santa Misa, con la entrada triunfal de Jesús cabalgando sobre el lomo de un asno joven.
La burra y el buey sobresalen desde entonces en las representaciones navideñas, y la presencia en el Pan y el Vino consagrados repite lo que sucede siempre que se celebra una misa en cualquier lugar del mundo.
Si ambos animales no pueden faltar en los pesebres es porque constituyen una metáfora de nuestra misión en el mundo: la capacidad de trabajo del burro nos acompaña desde nuestro interior desde que nacemos y, en el reposo, asumimos el descanso del buey que tira del arado.
Y cuando el buey, y en Cristo, ejecuta nuestra obra, recién ahí el asno podrá descansar, fatigado por el esfuerzo cotidiano.
En este caso, ambos simbolizan la carga espiritual y la responsabilidad en la vida, porque además de llevarla encima, voluntariamente cada uno agrega su propia cruz.
En nuestro caso, llevar nuestra cruz y nuestro yugo con Cristo beneficia a aquellos de los cuales nos hemos hecho cargo.