Prédica y acciones concretas para inculcar la cultura de la solidaridad

Asegurar el acceso a la alimentación y al abrigo a toda la humanidad, sin excepciones, es condición ineludible en cualquier comunidad organizada, global o territorial.

La preocupación de la Iglesia para que se cumpla esta premisa elemental en la vida de las personas se refleja en modestas acciones cotidianas de caridad, como las que realizamos en la parroquia con los merenderos, la distribución de provisiones para los más necesitados, o la ya tradicional campaña de recolección de ropa y alimentos, como la que acaba de hacerse en todas las localidades de Pinamar, conocida como Un abrigo para el amigo invisible.

Se enmarca en el mensaje que transmitió el papa Francisco a los representantes de los Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que culminaron el sábado último en Roma la 40° Conferencia de la Organización, en el cual destacó que “todos somos conscientes de que no basta la intención de asegurar a todos el pan cotidiano, sino que es necesario reconocer que todos tienen derecho a él y que deben por tanto beneficiarse del mismo”.

Refiriéndose concretamente a la FAO sostuvo no sólo se trata de una contribución técnica para aumentar los recursos y distribuir los frutos de la producción, sino también el signo concreto, a veces único, de una fraternidad que les permite confiar en el futuro.

Y agregó que “si los continuos objetivos propuestos quedan todavía lejos, depende mucho de la falta de una cultura de la solidaridad que no logra abrirse paso en medio de las actividades internacionales, que permanecen a menudo ligadas solo al pragmatismo de las estadísticas o al deseo de una eficacia carente de la idea de compartir”.

Aunque el pontífice se refería específicamente a la distancia que separa a las elaboraciones intelectuales de tan sensible temática en los foros mundiales de las necesidades que cotidianamente afectan a millones de hermanos de todo el planeta, la grey católica se hace eco del reto en el día a día y traduce esa exhortación a la solidaridad no sólo en ayudas directas sino en la ejecución de proyectos de creación de huertas con algunas familias que hemos emprendido en nuestra jurisdicción, en las que además de cubrir necesidades básicas se acompaña con calor humano a los más desprotegidos.

El Papa hizo mención a una contribución simbólica al programa de la FAO para proveer de semillas a las familias rurales que viven en áreas donde se han juntado los efectos de los conflictos y de la sequía para resaltar que “este gesto se suma al trabajo que la Iglesia viene realizando, según su vocación de estar de parte de los pobres de la tierra y acompañar el compromiso eficaz de todos en favor suyo”.