Se fue un nombre fundacional de nuestras playas

Guillermo Crinigan recuerda a Monín Calabrese, fallecido hace pocos días. Un vecino que le puso el hombro a Pinamar y que será recordado por su don de gente y su trayectoria.

En el libro editado por Asociación de Concesionarios de Playa editado en 1996 dice: “Hasta la década del sesenta existían cinco balnearios: La Posta de (José María) Cholo y Pío Ludueña; Neptunia, de Crespo Siste; El Dorado y la Perla (Marbella) del legendario (Guillermo) Zorro Bastons y El Atlántico de (Mario) Monín Calabrese y (Guillermo) Carita Crinigan”.

Cada nombre viene atado a un sobrenombre, y marca la etapa fundacional de los balnearios. Forjadores de un estilo, cada uno con su historia y su impronta, dejaron su esfuerzo y forman parte del capital histórico de Pinamar. Monín Calabrese partió hace unos días, y desde nuestra redacción nos pareció justo no dejar que su partida resultara desapercibida.

“Él comenzó sus primeros pasos acá, en Pinamar, con mi padre, que normalmente uno asocia al hotel Playas, a Pinamar SA. Vinieron como cadys, como colaboradores o como cadetes para insertarse en el hotel Playas, como tantos; después fueron viendo distintas oportunidades y por ahí sueños a cumplirse, con lo cual formaron una sociedad, en la década del 60. Y tengo recuerdos de que él me cuidaba, porque mi vieja me dejaba a su cuidado”, recuerda Guillermo Crinigan, hijo de Guillermo.

De su relato se desprende que las relaciones iban más allá de lo comercial para tornarse casi familiares. Un esquema que se repitió en las otras administraciones de las primeras UTF.

–¿Había una relación más allá de lo comercial?
–Sí, total, al no tener compromisos, vivía en casa o si cuadraba se quedaba a dormir, viajaba con mi viejo porque tenía, en ese momento, camiones. Compartían mucho más que la playa. Él era bañero, no existía el guardavidas, mi padre también, con lo cual compartían muchos momentos. Tengo por ahí una foto también junto al “Negro” Mauro.

–¿Cuál es tu visión de Monín?
–Monin era un personaje, un loco lindo con un montón de anécdotas. El otro día, estando con el hijo, este me dice: “¿Sabés qué extraño? Cuando me abría el portón a las 6.30 de la mañana a los golpes y me despertaba”, porque ellos compartían el terreno. Es una esquina emblemática, a la vuelta de los Bomberos, en Del Lenguado y Valle Fértil, una casa de muchos años de acá. “Dale, Adrián, levantate que se te va a hacer tarde para dormir la siesta”, por citar alguno de sus dichos. Cuando ese llamado podría ser para ir hasta el balneario en invierno y tomar unos mates con él, a hacerle compañía mientras dibujaba o hacía algún llamado y respondía algún mensaje.

Yo tuve la oportunidad ahora de verlo al otro hermano que estaba en el exterior hace muchos años y la verdad que si me lo hubiese cruzado no lo hubiese conocido porque el que siempre quedó al frente de todo fue Adrián, quien es hoy en día presidente de la Asociación de Concesionarios.

–Pareciera que estos personajes se nos van en silencio y la gente que los conoció de siempre no se entera.
–El 6 u 8 de enero había tenido la pérdida de su compañera de vida, Eve. Agradezco haberlo podido ir a saludar; y Monín era un personaje que por más coraza que estos “viejos” tienen, con todo respeto, una vez que se les va la compañera de tantos años los debilita mucho. Y yo creo que con Monín pasó eso, se entregó, a su manera, su duelo. Viste que de una caída, de un golpe, de una gripe, bajan las defensas, baja la guardia. Estos últimos días estuvo en el hospital de Madariaga.

–¿Cómo se conoce tu papá con Calabrese?
–Él tenía la hermana, ya fallecida, en Madariaga. Ellos son gente de allá que se vienen. No es una familia muy numerosa pero tienen arraigo en la zona. Mi padre tenía doce hermanos, con lo cual él era muy amigo del hermano mayor de mi viejo, de Jorge. Entonces, por gusto, por compartir salidas, viajes, tareas en común, empieza el trato y él lo convoca en un momento que Monín estaba con ganas de proyectar algo. Lo convoca al balneario y están juntos. Así nace El Atlántico. Ya estaba con mi viejo anteriormente. Te hablo del 57, y esto habrá sido en el 63 ó 64. Yo soy del 65 y recuerdo que él siempre me decía: “Si te habré puesto en penitencia”, a sabiendas de que con un año de vida o un poco más era muy difícil que lo recordara. Pero siempre nos cruzábamos bromas; era propio de la relación.

–¿Fue una costumbre que se extendió más allá de la sociedad?
–Lógico. Cuando tuve un bar iba todos los mediodías a tomar el té porque era uno de los lugares que tenía para sentirse a gusto y jorobar y hablar de temas en común, y cuando me voy de ahí yo le decía que lo había vendido a propósito para no verlo más, que había hecho un mal negocio económico pero que me iba tranquilo porque me lo había sacado de encima.

–¿En qué otro aspecto lo recordás?
–En que era una persona que progresó, que hizo las cosas bien y que las dejó bastante encaminadas. Monín era una persona muy metódica, muy conservadora, era uno de los pocos, junto con nosotros, que tenía el depósito en Madariaga pero todo para poder andar en la camioneta a las 6 7 de la mañana; era una excusa irse al galpón. A él le tiraba el pueblo. Él quería estar acá pero no dejar el pueblo.