Si cruzamos la Ruta 11

Quienes aquí vivimos todo el año sabemos que al Este está el océano. Que al Sur está Mar del Plata. Que al Norte, Buenos Aires. Y sabemos que hacia el Oeste parte una ruta por la que en temporada van y vienen, de quién sabe qué lugares, los turistas y, diariamente, los vecinos que trabajan o estudian en nuestra vecina ciudad de General Madariaga, y viceversa. Algunos hemos oído hablar de ricos pejerreyes. Y casi nada más. Todo parece terminar en la Ruta 11.

Sin embargo, en esta casa común nuestra, que es de todos y que no sabe de límites ni de rutas identificadas por un número, si cruzamos la Ruta 11 y dejamos el asfalto antes de llegar a nuestra bien conocida Madariaga, nos encontramos con un mundo fascinante y rico en cosas por descubrir y disfrutar: familias que viven en sus casas con todo lo necesario para una vida moderna y trabajan allí todos los días de todo el año, una red de caminos rurales dignos de una postal, bien mantenidos, escuelas rurales, lagunas, lagunitas y bañados que bullen de vida vegetal y animal, montes, sembradíos, ganado, sonidos y aromas que inundan nuestros sentidos, y aves, y hasta algunas hierbas y frutos silvestres que podemos llevar a la mesa. Hasta diría que algo de magia, también.

Y, como decíamos en la edición anterior, cuidar todo lo que nos sirve es la clave. En uno de esos rincones poco vistos está esta escuela embanderada a la que concurren varios niños de la zona rural aledaña. Por muchos años estuvo en desuso, abandonada. Hoy, buena noticia, por el esfuerzo y la acción de un puñadito de personas, desde ya hace algo más de un año la escuela funciona nuevamente. Está ahora cuidada por el Estado, los docentes y las familias del lugar. Cuidamos la escuela, cuidamos la educación, cuidamos el futuro.