Soltame, Felicitas

Por Lorena Bassani
laforasteradelpionero@gmail.com

¿Ustedes creen en los fantasmas? Yo sí. Me quedé sin aliento. Todavía estoy temblando. Aunque suene fantasía, les puedo asegurar que todo lo que sigue es absolutamente real. No miento.

Una semana antes de la mudanza a Pinamar, me despedí de los lugares que más amaba de mi barrio porque sabía que no los iba a volver a visitar por largo, larguísimo, tiempo. Soy una romántica. Así que hice recorrida -a moco tendido- por bares, casas de amigas, plazas, kioscos, peluquerías. Mezcla rara entre masoquista y señora mayor que necesita musicalizar todo con temas de Valeria Lynch, fui saludando prolijamente a cada uno de esos lugares o personas que formaron parte de mí y de mi (ya vieja) historia.

Como última parada nostálgica, la fui a saludar a ella. Ay. Ella. Felicitas. ¿Una amiga? No. Pero casi. Felicitas Guerrero de Álzaga, la mujer que protagonizó el primer femicidio recontra famoso de la Ciudad de Buenos Aires en 1872, es una especie de líder espiritual posmo de todos los que vivimos en Barracas. A los seis años, mis padres resolvieron cambiarme de escuela. Pasé de un colegio estatal llamado República de Chile y me metieron en el Santa Felicitas, un colegio de monjas y sólo de chicas.

Insisto. Cuando vivís en Barracas y vas al Santa Felicitas no sólo vas a un colegio, también empezás a ser parte de la historia trágica de Felicitas, la verdadera protagonista de todo este cuento. Así que llegás al cole, y no sabés cómo pero te ponen en situación. A los ocho años, ya sabía que a Felicitas Guerrero la habían matado de dos cuetazos en el patio descubierto de mi colegio justo el día de su compromiso y que su fantasma sobrevolaba por el colegio como alma en pena. Información que, claro, una niña no necesita saber.

Sin embargo, era imposible estar en ese lugar y no amar a Felicitas, algo muy profundo nos conectaba a todas con ella. Para todas las chicas del colegio, o mejor dicho, para mí, ella representaba un dolor muy grande: el dolor de una mujer que había querido ser feliz y no había podido, incluso a pesar de su riqueza, su poder y su gran influencia en la sociedad porteña del siglo XIX. Toda mi infancia, mi adolescencia y mi adultez estuvieron mágicamente atravesados por la vida de Felicitas, sus mitos y sus verdades.

Uno podría pensar que, cuando salís del colegio, el espíritu se queda ahí encerrado, pero no: te acompaña. Porque todo el barrio le rinde culto permanentemente, incluso, aunque no lo sepa. Imaginen que yo vivía en la calle Pinzón e Isabel la Católica, justo frente a la Iglesia. Así que me pasaba la vida mirando cómo las mujeres ataban sus pañuelos blancos a la reja como culto pagano que intentaba resolver asuntos de amores imposibles. Más de cuarenta años después, con la valija hecha y mi Golden Ticket hacia Pinamar, sólo me quedaba ir a despedirme de ella y de su hechizo de amores contrariados.

Entré a la Iglesia. Caminé hacia la Gruta. Me senté un buen rato en silencio y luego le hablé: "Escuchame, Felicitas, te dejo aquí. A vos y a tu historia del horror. Crecí con ella, pero es momento de que nos separemos para que yo pueda escribir mi nueva historia desde un lugar mucho menos dramático", lloré un poquito, me sequé las lágrimas con el buzo y me fui. Supuse que era esa despedida definitiva pero no.

NO.

Al otro día, viaje a Pinamar y arrancó mi nueva vida. Por fin. A la semana, me invitaron a una excursión informativa sobre la historia del lugar. Contentísima, fui. Todo era alegría hasta que, en el medio del Parque de los Pioneros, Vane Rinaldi, la guía turística, arrancó su charla diciendo...

"Estamos en una tierra que perteneció a Felicitas Guerrero, una joven del barrio de Barracas que heredó estas propiedades cuando enviudó...".

No escuché mucho más.

Fundí a negro.

Aunque dejes atrás la vida que solías tener, aunque te vayas lejos, aunque quieras cambiar la escenografía de tu vida como si fuera un teatro, lo importante siempre seguirá estando. Resignificado, en otra forma, desde otra perspectiva, ahora entre mar, pinos y campo, pero seguirá estando.

Felicitas me siguió (¿o yo la seguí a ella?) porque todavía tenía que contarme otra parte de su propia película. Quizás, Felicitas necesitaba regalarme eso: una nueva temporada sin fantasmas, sin dramas, sin tragedias. Quizás, aquí Felicitas fue más libre que en Barracas.

Y me persiguió para eso.