Todo empezó con la bombilla: comprar, tirar, volver a comprar, y así…

La nota de la Lic. Teresa Geerken en la anterior edición de Pionero, La obsolescencia programada, me trajo a cuento este concepto que, por estar tan de moda, ya no lo notamos casi: concepto que representa un hecho manipulador, dictatorial y, sobre todo, que destierra la libertad de las personas y que hace uso abusivo de los principios psicológicos del marketing, como lo es la famosa Ley de la Satisfacción Decreciente de las Necesidades, cuya entera satisfacción nos hace tan sólo por un instante muy felices.

Los estudiosos de las ciencias naturales sabemos que en la naturaleza los recursos no se agotan y los residuos no existen. En la naturaleza todo circula continuamente, lo que cada organismo desecha es utilizado inmediatamente por otro organismo. Precisamente en esto reside el equilibrio ecológico: el dióxido de carbono que nosotros expulsamos es usado por las plantas para construir sus tejidos y el oxígeno que las plantas expulsan es el mismo que respiramos los animales. Éste es tan sólo un ejemplo. Sin embargo, las actuaciones en política ambiental en el mundo entero inducen a los consumidores a comprar, descartar –porque los productos “deliberadamente” se vuelven obsoletos– y volver a comprar. Así, los recursos naturales quedan esterilizados en los residuos, imposibilitados de ser reusados para nuevos productos. Así, las pilas de residuos crecen y los recursos naturales se agotan.

Como es verdad científica que en el Universo todo tiene que ver con todo, y que cada uno de nosotros es una parte del Todo, un abordaje psicológico de la inducida compulsión a comprar nos llevó a un análisis ambientalista que nos obliga a repensar en la necesidad de encarar un reajuste en la forma en que las bases de la sociedad deberíamos percibir la relación entre la economía y la ecología y las futuras medidas en políticas ambientales en pro de un planeta más equilibrado y sano.

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