Trastornos de la alimentación: la bulimia

Cuántos adolescentes se encuentran hoy atravesando esta problemática. Hace mucho que no escucho hablar en los medios masivos. Será que otros temas ocupan la atención o la agenda, pero es una enfermedad que debe ocuparnos.

Por los trastornos de alimentación, hay que estar atentos cuando nos rodean adolescentes. Ver qué comen, cuándo lo hacen, tratar de almorzar o cenar en familia. Poder compartir el momento para dialogar, pero, además observar qué pasa con la comida… ¿Cómo va creciendo el adolescente?

Sé que es complicado a veces tratar de seguirles los pasos, pero es nuestra tarea de padres hacerlo.

Pensemos que es difícil ser adolescente, el cuerpo va cambiando a ritmos acelerados, somos chicos para algunas cosas, que quizás atraen, pero grandes para otras. Y sumado a las características propias del atravesamiento de la adolescencia, hace que algunas veces sea complejo tratar de mantenernos al día con ellos.

A toda la inestabilidad emocional y psíquica que a veces presentan, por los cambios de la edad, hay que sumarle que vivimos en una sociedad donde, desde el decir de Yosifides (2006) se instala a nivel social una contradicción, se sostiene una estética de la delgadez y al mismo tiempo una política del consumo.

Cada vez llegan más adolescentes al consultorio, que parecen encontrar, en estos nombres relacionados a los trastornos de alimentación, un modo de sufrimiento. Comprometiendo por entero su salud y destino.

Bulimia, según su derivación etimológica, significa “hambre de buey”. Alude a que el sujeto se entrega con voracidad y glotonería a la comida y otras actividades. A este comer excesivo se lo relacionó primero con la vitalidad y la opulencia, y luego con el pecado capital de la gula, imagen bíblica del pecado original.

Se ve aparecer en la clínica actual este sufrimiento unido a un goce imposible, impelido a repetirse una y otra vez. Resultando necesario pensar estas patologías en el contexto de valores y contradicciones que sustentan la cultura actual. Donde se pone en valor a los objetos por sobre los sujetos, el tener sobre el ser, la satisfacción pulsional por sobre los ideales. Los medios de comunicación incentivan el consumo de productos alimenticios calóricos, pero se trasmite la delgadez como símbolo de distinción, elegancia y éxito, colocando así al sujeto en una encrucijada sin solución (Yosifides, 2006).

Además, en relación al goce, Recalcatti agrega que el circuito en la bulimia podía explicarse: se come para vomitar. El vómito es funcional a la repetición continua de la serie de las comilonas, porque vaciando el cuerpo del goce lo prepara para un nuevo exceso. No vomita para continuar comiendo, sino que para continuar vomitando es que come. El vómito muestra el goce especial del vacío, junto a la inconsistencia del objeto-comida.

El adolescente se encuentra, a veces, con un cuerpo desarrollado. La exigencia extrema de la sociedad podría afectarlos. La delgadez está sobrevalorada y los adolescentes refieren como ideales a modelos y famosos, delgados, con un cuerpo que no se lo encuentra en la mayoría de las personas, sumado a lo que hacen para tenerlo, en cuanto a cirugías, alimentación y ejercicio, como al uso del Photoshop, tan de moda en las publicidades, donde se retoca tanto a las modelos que pierden la singularidad de sus cuerpos, convirtiéndose en muñecas, con cuerpos parecidos en general.

Resulta interesante pensar los síntomas alimentarios en el marco de una “era del vacío” y un “autismo generalizado”, tal como plantean los autores previamente mencionados. Parece una paradoja que, en una época donde se produce en masa, se propicia el consumo, se puede adquirir innumerables objetos y llenarse de cosas... estemos regidos por la era del vacío.

Sin embargo, es posible pensar que tanto de “vacío” como de la “nada” parecen nutrirse las patologías alimentarias de hoy. Tenemos una anorexia que “come nada”, una bulimia y una obesidad que intentar llenar con comida un vacío imposible de llenar. El vacío y la nada como alimentos de nuestro tiempo.

Entonces ¿qué es lo que podemos hacer desde nuestro lugar de padres, hermanos, tíos, etc.? Estar atentos a los adolescentes, hablar con ellos, pero más que nada escucharlos. Muchas veces solo quieren que los escuchemos, no que les demos consejos sobre qué deberían hacer, o qué hicimos a su edad.

Pensemos el mundo en el que les toca vivir, los avatares de la adolescencia, recordemos cómo nos sentíamos nosotros a esa edad. Las inseguridades que quizás se presentan. Tratar de estar con ellos, y apoyarlos en lo que decidan que les hace bien hacer, este vacío de la época no se llena con objetos, sino con presencias.