Un pequeño muy importante

La mayor parte de las veces hacemos nuestro trabajo con un objetivo determinado, pensado, evaluado, y decidido después de poner en la ‘balanza’ los pro y los contra, de manera que el resultado sea el deseado y bueno para nosotros mismos y para los demás.

Esperamos a cambio un reconocimiento económico y social por ello. Y creemos que está bien que así sea.

Seres pequeños como éste, en su gran mayoría de un tamaño menor que la pantalla de nuestros teléfonos móviles, simplemente viven. Llegan al planeta que comparten con nosotros, los humanos, por esos misterios inexpugnables que todavía no se han develado, y viven, y sin saberlo, creo, luchan día a día de su no tan corta vida por sobrevivir, reproducirse y cuidar a sus crías. Ése es su objetivo instintivo, es lo que ‘saben’ que tienen que hacer, y lo hacen sin pedir nada, con la fe impertérrita de que el día siguiente encontrarán el mismo cobijo y el mismo sustento que ayer. Sin embargo, en esta trama en apariencia tan simple, su destino es grande: ayudan sin saberlo a los autodesignados ‘señores de la creación’, nosotros, los humanos, para que tengamos una vida mejor. Las aves, cualquier ave, todas las aves, aun las granívoras, comen en su vida toneladas de insectos y pequeños animalitos que de no ser así serían molestas criaturas, transmisoras de enfermedades de diversa índole. Además, colaboran con abejas y otros insectos útiles en la polinización y en la poda natural de la vegetación silvestre. Luego, dispersan sus semillas y, en sus patitas o plumas, dispersan también huevitos de peces y otros habitantes acuáticos, de un espejo de agua a otro. Airean el suelo y algunos consumen carroña ayudando a controlar microorganismos indeseables. Por si esto fuera poco, nos deleitan con su vuelo, su gran belleza y sus cantos y trinos.

Por toda esa ayuda a mantener saludables y equilibrados los ambientes naturales del mundo y favorecer nuestra calidad de vida no piden nada a cambio porque a todo lo necesario lo encuentran en la tierra misma. No esperan reconocimiento, tampoco. Nosotros, como seres pensantes, supuestamente éticos y de buenas costumbres, en nuestro interior quizás podríamos proponernos tan sólo tratarlos con un íntimo agradecimiento y, sin envidiar su belleza y sus trinos, dejarlos ser, dejarlos vivir la vida que les tocó en suerte, que es la vida en libertad. Los protegen las leyes, no las infrinjamos, no los privemos de su vida y de su libertad, que es su esencia.