Una utopía: desde la ciudad, una mirada hacia los humedales

Por Amanda Paulos
Bióloga, docente, guía de naturaleza

La clásica temporada del verano de sol y playa ya comenzó y se acerca a su punto de ebullición. Llegó el verano, días de sombrillas, de reposeras, de rondas de relajadas charlas de amigos de siempre, del verano o de amigos nuevos. Noches de cenas en familia y con amigos. Encuentros de temporada. Amores de verano. Tardes de travesías en las dunas, de juegos en la arena, de caminatas a la orilla de uno de los océanos más grandes, el Océano Atlántico Sur –porque el nuestro no es mar, es una extensión oceánica tan grande que si miramos hacia el Este sólo pisaremos tierra al sur de Australia, luego la estrecha franja de Nueva Zelanda y, otra vez agua hasta llegar a las costas chilenas. Es difícil hacerse a la idea del tamaño de la masa oceánica que vemos desde casa. Sin embargo, si nos distrajéramos tan sólo unas horas de las actividades de todos los veranos y camináramos desde la ciudad (marcada con una flecha en la foto) hacia el lado opuesto, descubriríamos un mundo inimaginado y sorprendente: los humedales del Tuyú. No son Iberá, pero mucho que envidiarle no tienen. No, yacarés no hay, yaguaretés tampoco.

Si pensamos en los mamíferos, podemos ver ciervos, zorros, mulitas, zorrinos, hurones, dicen que hay pumas y gatos monteses –yo no los he visto. Pero sí se ve ñandú, chajá, los muy argentinos caranchos y chimangos, y unas 150 especies más de aves de diversos tipos en ambientes que van de los montes de talas y coronillos y algunos árboles más, hasta juncales mixtos de juncos, totoras, unquillos, plantas acuáticas flotantes y multitud de pastos que cubren las zonas más altas o los costados del camino a la manera de floridos jardines. Puede uno aventurarse desde los clubes de pesca a paseos en botes o kayaks en las lagunas más grandes, pescar, avistar o fotografiar aves –el mundialmente conocido birdwatching– o simplemente caminar al costado de un camino rural disfrutando del aire puro, el silencio poblado de trinos y sonidos de la naturaleza. Puro relax en un lugar seguro. Los móviles de la policía rural patrullan la zona, por si acaso, y hay señal de telefonía en todo momento. Al fin y al cabo la ciudad está a la vista.

Parece una utopía, pero quienes deambulamos por esta zona mágica con frecuencia, todavía esperamos que algún día al turista le sea llamada su atención para que pueda descubrir y disfrutar de este paraíso escondido.