Usina de una generación perdida

Por Gustavo Núñez. Autor de la novela Pampa y la vía, recientemente editada y presentada en Pinamar. Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores. (SADE).

Un fantasma recorre la argentina, el fantasma de una política cultural que ha creado en los últimos treinta años, por omisión, negligencia, o por imperdonable intencionalidad, una usina de jóvenes, que con el devenir, quedaron “al garete”.

Quedar, o irse al garete, es un término que refiere a una embarcación que, por haber perdido sus anclas, o haber tenido una o varias averías, queda sujeta al capricho del viento y del mar. La ocurrencia de esta definición marinera, es tan sólo una patética metáfora que intenta describir una realidad que pretende ocultar, detrás de la clásica retórica de manual, la máscara de una derrota anunciada.

Claro, que estos últimos continuadores de usinas de adolescentes expulsados del sistema, podrían alegar, como lo hicieron, al mejor estilo del realismo mágico, que fue la maldita pandemia, la desencadenante de tanta liviandad en el proyecto educativo, (como si esta degradación educativa, hubiera comenzado con el Covid), sin embargo, nuestros países vecinos, sin “saltar ningún molinete”, continuaron con sus obligaciones de Estado, en silencio y con dignidad, con resultados que están a la vista.

Nosotros creemos saberlo, ustedes probablemente también lo saben, pero ellos, la llamada “generación “Z”, o sea, niños de diez años hasta una mayoría, ya no tan imberbes de treinta, no lo saben, o, no pueden saberlo, o, no quieren saberlo.

Comprender un pequeño párrafo narrado en un relato, un cuento, o una novela, es hoy para ellos, un inevitable viaje sin retorno.

Bienvenidos sean los grandes enunciados de inclusión social, con pretensiones de convertir a los mismos en paradigmas culturales, siempre y cuando, estos enunciados, no terminen por ausencia de planificación y contenidos vacíos, en despojos raídos de pibes que contaminados por el desánimo, escupen al unísono: “Aquí no podemos hacerlo”.

No significan lo mismo, en estos tiempos de urgencias forzosas, educación que cultura. La educación es una política de Estado y tiene la obligación, con docentes preparados, enfrentar este desafío de emergencia, formando niños y adolescentes con rigor académico. La consigna entonces será que la educación se convierta en emisor de un aprendizaje que se debe urgente replantear, tanto en la enseñanza primaria y secundaria, y que permita que estos chicos logren, al menos, la comprensión de un texto. Recién ahí, habiendo logrado este objetivo, la educación terciaria y universitaria, recibirán en sus respectivas casas de estudios a estos adolescentes, con la certeza de que podrán iniciar un proyecto profesional con perspectiva de éxito.

En tanto, los espacios culturales, como las bibliotecas y diferentes talleres de arte en general, esperarán ansiosos también abrir sus puertas a esta renovada generación postergada que desean encontrar un lugar que les de sentido de pertenencia.

Partiendo de la premisa, de que las crisis de nuestro país, es la crisis de sus dirigentes, la pregunta entonces, frente al desánimo que planteo, es:

¿Cómo recuperar estas décadas de adolescentes perdidos?

Mientras pensamos la respuesta, la improvisada inmediatez, de nuestra política educativa, continuará generando usinas de chicos soltados “al garete”, que buscarán en la resignación, una “salida laboral”, y entre otras escuálidas opciones, las redes sociales, intentan e intentarán a la velocidad de la luz, “recibirlos de influencers”, quedando esa influencia, deshabitada de todo contenido cultural, para que otros, con menos suerte, compren esa vacía oferta de posteos de consumo, con las monedas ganadas de changarín.