Por Martín Melia
Contador público (UBA)
Argentina es cara. Pinamar es caro. Siempre se escuchan o se leen estas afirmaciones. La distorsión de precios relativos existente marca importantes diferencias con el resto de las principales ciudades del mundo. Un café o una cerveza en la playa en Pinamar cuestan el doble que en Brasil o Miami. Esto era así hasta el año pasado. Hoy cambió. Todo cambió. La coyuntura macroeconómica y las principales variables económicas de nuestro país son muy distintas a las de un año atrás. Hoy, seguramente, en términos de moneda extranjera, somos mucho más baratos que tiempo atrás. Ahora bien, eso no alcanza. Eso no significa nada si somos caros en nuestra propia moneda, para nuestros propios turistas.
Hoy, en pesos, prácticamente, todo es caro en nuestro país. Esto es consecuencia directa, entre otros puntos, de una inflación creciente en los últimos quince años. En el gobierno anterior, el comercio exterior estaba cerrado, la industria local no producía más, sino que su rentabilidad la obtenía en base a precio. Hoy, con economía abierta, la rentabilidad la ajustan según el dólar. En definitiva, los precios por las nubes. Ambos esquemas tienen parte de cierto y resultan nobles desde el discurso, actúan como disparador de los precios en el mediano plazo, ya que no se tomaron medidas ni se hicieron correcciones estructurales en la economía. Una lógica que se da fundamentalmente en aquellas matrices productivas que presentan falta de competitividad sistémica. El turismo no fue la excepción, con sus constantes subsidios. Hoy, con otro dólar, la cosa es distinta, pero no podemos descansar en eso.
Vacaciones y compras en el exterior se juntan, por lo general, como objetivo en las familias argentinas de clase media alta y alta, que son en definitiva las que deciden visitarnos en nuestras localidades (dejame soñar eso, aunque sea).
Las estadísticas oficiales muestran que, pese a la expectativa generada, la salida del cepo cambiario y las devaluaciones posteriores no habían alcanzado para frenar la fuga de divisas por turismo. Creo que la mega devaluación de este año puso un freno.
Ahora bien, con este nuevo esquema, ¿Pinamar es caro? ¿Cuánto vale o qué precio está dispuesto a pagar el turista que decide visitarnos?
Esto, creo que es un tema fundamental y que debemos replantearnos en momentos como el que estamos viviendo, donde hay esperanza de tener una muy buena temporada, con las consecuencias que eso implicaría para el próximo invierno.
A menudo empleamos como sinónimas las preguntas “¿cuánto vale?” y “¿cuánto cuesta?”, cuando en realidad con la primera estamos preguntando por el valor y con la segunda, por el precio. El concepto de “valor” se refiere al beneficio o a la utilidad que obtenemos de un bien, ya sea desde que nos sentamos en un restaurant a cenar, la carpa que ocupamos en un balneario o bien en hotel donde nos alojamos.
Parece lógico pensar que el precio de un bien tendría que ser directamente proporcional a su valor, pero nada más lejos de la realidad.
El precio de las cosas o servicios, generalmente viene determinado por varios factores, entre los que encontramos la cantidad de mano de obra necesaria para producirlo, el costo de las materias primas, impuestos y utilidad deseada (suerte que en nuestro país no tenemos oligopolios formadores de precio).
Como consumidores, poco podemos influir en los factores que acabamos de mencionar, y podemos decidir si compramos o no algo, en función de su precio, pero subjetivamente cada consumidor (turista) le asignará un valor, es decir qué beneficio o utilidad siente que le brindará ese bien o servicio. Éste es el punto más importante, que nos hace volver a la pregunta inicial: ¿Pinamar es caro?
Pinamar es caro en función de lo que le ofrecemos al turista. Si nosotros pensamos que bajando los precios de los alquileres de las propiedades, de las carpas, o no considerando la inflación que tuvimos los últimos doce meses para fijar una política de precios acorde a nuestro poder adquisitivo, vamos a atraer más cantidad de turistas o bien asegurarnos tener una temporada buena, estamos en un pésimo camino; es pan para hoy hambre para mañana (muchos en redes sociales cuestionaban notas sobre precios en Pinamar y Cariló). Cada caso es particular. Si hacemos esto, lo único que vamos a generar es equipararnos con localidades de menor poder adquisitivo y siempre estaríamos bajando la vara, lo que sería irreversible en el futuro. Por supuesto que debemos considerar mínimamente la inflación anual, que se estima en casi 50%. Ahora bien, cuando cada uno fije su política de precio, seguramente considere este punto pero también analizará qué tipo de servicio y que valor podría ofrecerle a quien decida visitarlo.
Debemos entender que el único camino es mejorar e incrementar el servicio, mejorar lo que ofrecemos, dar más atención y calidad en nuestro contacto con el turista y fundamentalmente continuar con esta política de mejorar la imagen de Pinamar continuamente, en todo lo que hacemos. Que nuestro turista viva en nuestra ciudad una experiencia extraordinaria. Tenemos que apuntar a eso, independientemente de si el dólar está a $50. Tiempo atrás comentaba que deberíamos medirnos con los lugares más lindos y de mejor servicio, para poder establecer un parámetro a seguir, pero compitiendo con nosotros mismos año a año, para poder brindar cada día un mejor servicio.
Es innegable que no tenemos ni el clima ni las playas de Brasil, EE.UU. o España, pero hay algo que sí podemos hacer y es decidir tener un mejor lugar, donde la gente sepa con qué entorno natural se va a encontrar, pero que siempre se sienta sorprendida y agradecida por el servicio recibido. Si logramos esto, nuestro futuro será promisorio.
Creo que nos equivocamos en analizar las cosas por su precio y no por su valor, ya que nos induce a malgastar el dinero, porque con frecuencia perdemos la capacidad de distinguir entre lo que es valioso y lo que no. Creo que Pinamar se encuentra en un proceso de transformación como nunca lo tuvo es su historia. El precio no debe importar, sino el valor de nuestra ciudad.