Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
Y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
A mediados del siglo XIX Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta romántico español, escribió estos versos con los que comienza la Rima 53 de su reconocida recopilación de Rimas y Leyendas que le dieron fama tan sólo después de su muerte. El poeta hace referencia a las golondrinas que los visitaban a él y a su amada durante los tiempos felices de su romance con final desdichado.
Lo cierto es que, en mis años de secundaria en que nos obligaban a memorizar poemas y otras cuestiones que en nuestra adolescencia nos parecían irrelevantes, aprendí de memoria la primera estrofa de esta Rima y, con ella, los primeros conceptos ornitológicos de mi vida, sin soñar aún que mi destino incluiría a la biología y que la vida me traería a este vergel de aves que son los Pagos del Tuyú. Mientras estudiaba el poema, además de cultivar la difícil habilidad de memorizar lo que no podía razonar o asociar con algo conocido, también aprendí que las golondrinas son aves migratorias, que son oscuras, que hacen sus nidos debajo de balcones o partes sobresalientes de los edificios, que los balcones en España son cerrados y vidriados, que las golondrinas son activas y juguetonas. Y en esos tiempos comenzó a sorprenderme cuán sensibles son los poetas frente a la naturaleza. Son tantos los nombres y los versos que rememoro… Rubén Darío con “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo”, Fray Luis de León con su “¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido…”, Juan Ramón Jiménez con “y se quedarán los pájaros cantando”.
Después de algunos años vividos en este vergel bonaerense, los que despertaron mi pasión por la observación y la curiosidad sobre la vida de las aves, aprendí un poquito, tan sólo un poquito más sobre las golondrinas y sus hábitos de vida. Aprendí que de las quince especies que habitan en algunos momentos del año en Argentina, doce anidan en nuestro país, que hay dos o tres especies que no migran, que cazan insectos en vuelo, que algunas anidan en otro tipo de lugares, como por ejemplo la golondrina parda, que ilustra esta nota, anida en nidos abandonados de hornero. Y es cierto que, como dice el poema, todas tienen el dorso oscuro, son muy activas y, al menos los juveniles de algunas especies, son muy juguetones. Y noté que su presencia primaveral tiene cierta magia que alegra los corazones y los mueve al amor.