Abrazar lo que es

Hay momentos en la vida en los que nos descubrimos en un trabajo, en un proyecto hasta en una relación que no nos entusiasma, que sentimos ajena a quienes somos y a lo que soñamos. Nos levantamos cada mañana con la sensación de que algo no encaja y, sin embargo, elegimos quedarnos. Por necesidad, por temor al cambio o porque, en el fondo, no hemos aprendido a mirar más allá de lo que creemos que nos falta.

Pero quizá no todo está perdido. Quizá en ese espacio incómodo también hay aprendizajes y oportunidades. Tal vez, si le damos la chance, ese momento puede sorprendernos porque es posible transformar nuestra mirada de cada cosa que nos pasa o que vivimos, incluso de aquellas que nos abruman. Si se trata de nuestro trabajo, aceptar que no siempre podemos cambiar las circunstancias en el momento y en los tiempos que deseamos nos devuelve el poder de elegir cómo transitarlas. No se trata de resignación, sino de resignificación. ¿Qué puedo aprender aquí? ¿Qué talentos puedo desarrollar que mañana me servirán? ¿Qué pequeños gestos pueden darme alegría, aunque sea por un instante?

A veces es cuestión de encontrar esos motivos ocultos: la conversación amable con un compañero, el orgullo de terminar una tarea bien hecha, la posibilidad de adquirir una habilidad nueva. Incluso un trabajo que no nos apasiona puede ser un puente hacia la vida que deseamos, si aprendemos a verlo como un medio y no como un destino final. Por eso cultivar la presencia y la gratitud es indispensable. Cuando nos concentramos solo en escapar de lo que no nos gusta, olvidamos vivir. La presencia cambia todo: estar aquí, aunque este aquí no sea perfecto, nos permite descubrir detalles que antes pasaban inadvertidos. La gratitud por lo pequeño, una sonrisa, un logro diario, es el primer paso para que la rutina deje de ser un castigo.

El miedo a soltar lo conocido es natural, pero incluso en la espera podemos sembrar. Podemos formarnos, planificar, tejer redes de apoyo. Y mientras tanto, podemos abrirnos a la posibilidad de que lo que hoy parece gris, mañana se tiña de matices inesperados.

Se dice que en general lo que más nos incomoda es lo que más nos hace crecer. Y puede sonar trillado o una frase hecha pero si estás en un lugar que no te motiva, no te castigues: la vida es movimiento constante. Quizá no puedas cambiarlo hoy, pero sí podés elegir cómo vivir esa circunstancia y momento. Encontrar sentido en lo cotidiano, rescatar lo bueno, darle una oportunidad a lo que te rodea es siempre la mejor opción. No es un discurso vacío que solo apela a conformarnos. Es más que eso, es prepararse para que cuando llegue el momento de saltar, lo puedas hacer con la certeza de que hasta el tiempo que sentiste estéril te dio algo valioso.

No se trata de resignación, sino de abrir el corazón a lo que hay. Es aflojar la presión y calmar la ansiedad que aparece cuando queremos lograr algo que vemos lejano y el esfuerzo parece no rendir frutos. Es dejar que la más pequeña luz se cuele por las rendijas. Porque muchas veces, cuando nos animamos a mirar distinto, la realidad nos devuelve un brillo inesperado, y ese destello puede ser el comienzo de algo hermoso. Lo que tenemos por delante siempre es alentador porque son oportunidades que necesitamos atravesar como parte del camino que nos lleva a eso que la vida nos tiene reservado a cada uno. Y nuestra responsabilidad es dejar que eso suceda con la esperanza, la gratitud y la templanza de saber que estamos dándolo todo y eso nos pone en el mejor lugar, siempre.