Duermen en el Congreso varios de los proyectos presentados para mejorar las licencias por maternidad y paternidad. Argentina es uno de los países más atrasados en este derecho. Los hombres tienen sólo dos días.
Días atrás se publicó un Informe sobre la Paternidad, fruto de una campaña global en América Latina y el Caribe, para promover que hombres de todas las edades se involucren en el cuidado de sus hijos con igualdad de género y sin violencia. Dicho estudio, pone de manifiesto una lista de beneficios que destacan aquellas poblaciones donde los hombres ejercen su paternidad en manera activa. Algunos ítems: que los padres activos son más felices, tienen mejor salud física y mental, menos estrés y riesgo de que sufran accidentes o abusen de alcohol y drogas; que cuando ellos se involucran, mejora la calidad de vida de las madres y disminuye la tensión respecto a la crianza y el cuidado del hogar; que influye positivamente en la experiencia del parto, en los cuidados de la salud materna y en el cuidado general de los niños; que la paternidad activa tiene importantes consecuencias en la disminución de las brechas y de la violencia de género que actualmente afecta a una de cada tres mujeres en el mundo. Además, esta mayor implicancia masculina genera, sin duda, un efecto profundo sobre los niños, estimulando su crecimiento saludable, el desarrollo de la empatía y otras aptitudes sociales. Fomenta un mejor rendimiento académico, a la vez que disminuye la tasa de abandono de estudios. Asimismo, disminuye el riesgo de que los niños se involucren en actividades delictivas o que estén expuestos a la explotación o el abuso sexual. El extenso informe, que acaba de ser publicado en este mes de junio, coincidiendo con la celebración del Día del Padre, resalta como corolario, que en ningún país del mundo hay participación igualitaria entre hombres y mujeres. Teniendo en cuenta –justifica– que el 80% de los varones llega a ser padre biológico en algún momento de su vida, es que se considera prioritario revolucionar los marcos sociales y profesionales que perpetúan estereotipos machistas y terminan excluyendo a los hombres de una paternidad más activa. Y así, el modelo que mejor se adapta a todas estas recomendaciones es el de los países nórdicos, del otro lado del océano. Islandia, a la cabeza; después, Finlandia, donde, por ejemplo, la madre dispone de licencia paga durante siete semanas antes del parto y luego tiene cuatro meses. No importa que sea estudiante, desempleada o trabajadora independiente. Por otra parte, el padre tiene dos meses con el sueldo completo. Argentina está entre los países que dan menos licencia por maternidad. La ley de contrato laboral otorga a la madre 90 días, que deben ser repartidos antes y después del parto, con una prórroga de hasta seis meses. El padre tiene licencia de dos días corridos, por lo que si el bebé nace un fin de semana, directamente la licencia es nula. Las diferencias también son comparables con la región: en Chile, los hombres tienen cinco días y el número asciende a 22 semanas para las madres; en Colombia, catorce semanas para las mujeres y ocho días para los padres; en Uruguay se extiende a catorce semanas y diez días respectivamente. Desde el año 2000 se presentaron más de 80 proyectos en el Congreso de la Nación Argentina, respecto a la necesidad de ampliar las licencias por maternidad y paternidad. Fueron debatidos en Comisiones pero nunca progresaron. Hace pocos días la provincia de Salta dio un paso adelante, promulgó una ley que brinda a las mujeres 150 días de licencia por maternidad y a los hombres 20 días de corrido. La productividad de un país es importante, pero ¿no será la hora de preguntarnos si la productividad mejora cuando mejoran estas condiciones en la vida familiar? Solemos mirar a los países de “arriba” como modelos a seguir en materia económica o tecnológica. Es hora de modernizarnos en derechos humanos. El impacto será siempre favorable.