Ésta es la última edición de IF en Pionero. Por varios motivos decido llegar hasta acá y no quiero irme sin agradecer a quienes me inspiraron y empujaron a escribir esta página feminista, desde marzo del año 2014 hasta hoy.
A ustedes que me leen… ¡gracias! Me motivaron a aprender más y crecer, y si alguna idea abrió una pregunta o la curiosidad sobre un tema, o si alguna mujer se sintió reflejada en mis palabras y acompañada, ya es alimento para mi espíritu. Mi reflexión hoy tiene que ver con el tema de agenda, la discusión por el “sí” o por el “no” a la ley de interrupción voluntaria del embarazo, la discusión por la clandestinidad o la legalidad, que no es “aborto sí o aborto no”. Nadie apoya el aborto como método anticonceptivo porque no lo es, lo que apoyamos es una ley como herramienta electiva (no obligatoria) para casos de necesidad. Esta idea ya fue más que explicada pero parece no ser comprendida por una parte de la sociedad. Si así fuera no estaríamos instalados en una grieta ideológica, como estamos. Desde que el debate por el proyecto de ley IVE se instaló en la sociedad toda, celebro la apertura a la que asistimos finalmente para hablar de estos temas pero también lamento muchos aspectos que pusieron en evidencia la sociedad que supimos construir. El análisis es amplio. Para comenzar, quiero aclarar que desde la ética deontológica de la profesión del periodista, uno de los valores es informar con veracidad y pluralidad de voces. Hay temas, como éste, en los cuales se entrecruzan las miradas personales con las profesionales, entonces desde esa posibilidad los comunicadores también tomamos posturas. En mi caso, siempre aclaré que éste era un espacio feminista y, por ende, militante de los derechos de las mujeres. No logro entender cómo se puede defender los derechos del género, por ejemplo, pero no apoyar esta ley, que es justamente a favor de la vida y salud de las mujeres argentinas. Es una contradicción, pero veo aún a muchas personas que así lo manifiestan. Creo que las contradicciones surgen de no tener muy clara la mirada o experiencia sobre un tema; a veces nos hace falta “salir a la cancha” o, como se dice en el mundo académico, ir al “campo de estudio”, porque es ahí donde uno palpa la realidad en las narices. Digo esto porque no es casualidad que esta demanda social sobre la despenalización y legalización del aborto surja de las entrañas del feminismo (y no es de ahora, pero ahora recién se escucha). Respecto al análisis, entonces, quiero comenzar por la demonización de la palabra “aborto” y la santificación de la palabra “vida”. Ya que las palabras son portadoras de sentido, un sentido común que hemos construido en sociedad, cabe preguntarnos: ¿por qué, quienes se oponen a la aprobación de esta ley, se autoproclaman “salvadores de las dos vidas”, dejándonos a la otra parte la connotación (y expresiones implícitas y explícitas) de “aborteras=asesinas”? Justamente las largas horas de debate sobre el concepto de “la vida” nos trajeron más dolores de cabeza que aportes constructivos, ya que resultó imposible aunar los criterios religiosos con los científicos. Lo indiscutible es que las mujeres argentinas corren “riesgo de vida” por realizarse prácticas abortivas en clandestinidad. Ésa es la realidad que tenemos hoy. No son casos supuestos, son mujeres con nombre y apellido que han muerto; las hemos mencionado, con datos concretos. Nadie les ha salvado la vida a ellas, y sus hijos (en la mayoría de los casos ya tenían varios) hoy crecen sin madre. Pero hay otra reflexión que me parece interesante hacer respecto al concepto de “vida” y la comparto a nivel personal porque me toca de cerca. Tengo a mi madre hace años “viva” físicamente, pero dependiente de una máquina para alimentar su cuerpo porque su cerebro dejó de funcionar: ¿ustedes creen que eso es “vida”? Su cuerpo dejó de alimentarse naturalmente y, por ende, si no hubiéramos interrumpido ese proceso, ella ya hubiera muerto. ¿Saben una cosa? La muerte no ha de ser tan mala en su caso y lo que entendemos por “vida” es un concepto construido social y culturalmente. Amo tanto a mi madre como para desear no verla más “viva” así y soñarla libre en “otra vida”. Por si aún no se entiende, lo que quiero decir es que la discusión sobre “el derecho a la vida” no hizo más que confundir el debate. Las células cancerígenas también tienen vida; los embriones congelados en tubos de ensayo también tienen vida, muchos son desechados pero nadie dice que eso es asesinato. Quienes dicen “defender las dos vidas” interrumpen primero el derecho a la vida que tiene la propia mujer que están juzgando.
Siguiendo con el análisis respecto a este momento histórico que estamos transitando destaco, como efecto positivo y colateral, la revalorización de otros temas que trajo a colación, falencias del sistema que ahora sí están en boca de todos y pareciera que hay interés por ellos: la Ley de Educación Sexual Integral, por ejemplo, sancionada y promulgada desde el año 2006 pero que en su implementación retrocedimos en vez de avanzar; la ley y el sistema de adopción en nuestro país, que parece estar lejos de agilizar los trámites para reunir a niños y adolescentes en situación de adopción y familias que demandan. Estas problemáticas reales que salieron a flote como efectos colaterales del debate son temas pendientes que debemos tratar y mejorar como próximos objetivos. De hecho, la Ley ESI es parte justamente del slogan principal de esta campaña que defendemos desde el feminismo, pero, además, es tema de agenda reiterado en estos espacios. Y, ya que estamos, me pregunto si quienes están en contra del proyecto de ley que discutimos se ocupan de educar sexualmente en sus comunidades. Un buen aporte sería que las iglesias, todas, puedan brindar clases de educación sexual integral en sus espacios. Luego, debo decir que lamento profundamente lo que evidenció y trajo a la luz también este debate en la sociedad: una guerra ideológica que refuerza la famosa “grieta” de la que tanto se habla en otros sentidos, acompañada de pre-juicios inconmensurables, violencia verbal por parte de unos hacia otros y la falta de escucha abierta: “Aborteras o pro-vida. Feminazis o defensoras del feto”. Como si esto fuera poco, el conflicto con “la verdad y la realidad”. Estamos complicados si no vemos la verdad en la realidad. “¿Cuál es la realidad en toda esta cuestión?”, sería la pregunta, entonces. La realidad son los datos concretos, son los nombres y apellidos de las víctimas del aborto clandestino; subestimar la vida de ellas es menospreciar la verdad. La realidad dice que tenemos 153 internaciones por día en hospitales públicos de Argentina, por complicaciones de salud en mujeres que se practicaron abortos clandestinos (datos suministrados por el Ministerio de Salud de la Nación). Esto ya es un gasto público que estamos sosteniendo, hoy y ayer. El propio ministro de Salud de la Nación defiende este proyecto de ley y sostiene que reduciríamos ese gasto público. La realidad son las historias como la de Ana María Acevedo o la joven Julia, de 16 años, en Santa Fe, María Campos en Santiago del Estero, las jóvenes en Salta o Belén en Tucumán, tantas otras que mueren en la clandestinidad y miles de otras que no mueren pero afectan su salud. La realidad es que el aborto como práctica ya existe y negando el problema no lo resolvemos. Lo que estamos haciendo “las del pañuelo verde” es ponerle el pecho a la cosa, gritando de frente la verdad y sin juzgar, ofreciendo una herramienta para “salvar vidas”. Mientras tanto, hablemos de educación sexual integral, hablemos de sexo seguro, hablemos de sexo y placer sin miedos, hablemos de responsabilidad paterna, que tanto nos hace falta como sociedad, conversemos mucho. Pero, primero, dejemos de juzgar. La realidad es que nos cansamos de escuchar juicios y pre-juicios sobre las mujeres que abortan y nadie vive la vida de ellas. El sistema tampoco juzga a los hombres que abandonan y naturalizamos esa cuestión, pero mandamos a la cárcel a una chica por abortar, cuando el pibe abortó primero al abandonarla. La realidad es que vos no vivís mi vida ni yo la tuya. Somos libres. Y la libertad es un valor fundamental de la vida. ¿Alguien se atreve a contradecir esto? Por eso, este proyecto de ley es libertad para decidir. Si el 8 de agosto es verde, un nuevo camino se inicia en la historia de las mujeres en Argentina.