La vigencia del sueño del arquitecto Jorge Bunge

Extracto de Jorge Bunge, una crónica argentina de la primera mitad del siglo XX.

El 14 de febrero de 1943 se inauguró el balneario de Pinamar, un hito en el obstinado objetivo que se propusiera el arquitecto Jorge Bunge varios años antes: ofrecer al mundo una ciudad jardín en la costa bonaerense, una síntesis entre bosque y mar que a 75 años de aquella fecha continúa haciéndose realidad.

Jorge Bunge sintetiza en su figura los primeros cincuenta años de arquitectura y urbanismo nacional del siglo 20, pero también se anticipa a una figura emblemática del siglo 21, la del desarrollador.

A los quince años, según algunas crónicas, Jorge ingresa a la Escuela de Arquitectura. En poco tiempo, consigue una beca y marcha a Alemania, como lo hiciera su tío, para terminar sus estudios de arquitectura y urbanismo. JB abreva en esta visión generalista y universal, que entendía el diseño como algo integral, rasgo que más tarde asumen con entusiasmo los padres fundadores del movimiento moderno. Pero, y esto es central para entender su trayectoria como urbanista, con su afán de aprenderlo todo, no dejará de interesarse, se presume, por las teorías de los “suburbios jardín”, la versión alemana de la “gardencity” británica. Esta perspectiva será uno de los soportes, veinte años más tarde, del proyecto Pinamar.

La trayectoria de JB es prolífica y diversa: más de trescientas obras, distintas tipologías –residencias unifamiliares y multifamiliares, casas de renta, bancos y edificios administrativos, fábricas, estéticas clásicas, neocoloniales y modernas, proyectos urbanos y planes directores de ciudades. Obras entre las que hay que destacar el diseño de la Capilla de Nuestra Señora de Lourdes en Alta Gracia, Córdoba.

JB transita desde el clasicismo del Banco Francés y sus primeros edificios de renta, y el neocolonial de alguna obra en Avellaneda, hacia propuestas innovadoras como la “Algodonera”, donde la sobriedad y el impacto de la masa son rasgos salientes. Las construcciones en esquina sobre la avenida Belgrano o el edificio Volta, sobre la avenida Alem.

Un ejemplo de su concepto:“la arquitectura en función de sí misma, esto es, lo puro constructivo” se visualiza en algunas residencias y casas de renta (Malabia 1885, Santa Fe 3132), la Fábrica Manufacturera Algodonera Argentina, una vez más, y los edificios Grenier y Cristalería Rigolleau.

Pero será principalmente el emprendimiento de Pinamar el que coloca el nombre de JB en un lugar destacado dentro del desarrollo de la disciplina en la primera mitad del siglo 20.

Se ha utilizado la palabra emprendimiento porque así encaró el proyecto JB: desde fijar las dunas, forestar las entonces playas desiertas, proyectar el Playas Hotel y elaborar detalladamente el plan director, hasta crear una empresa, Pinamar SA, que se hiciera cargo de la construcción de “un nuevo balneario concebido como una ciudad jardín”. Arquitecto, urbanista y desarrollador, JB anticiparía algunos roles que los colegas asumen por estos días.

En 1922, las autoridades del Banco Francés del Río de la Plata, fundado en 1886, llamaron a concurso de proyectos para su nueva casa matriz. El programa comprendía los espacios de funcionamiento del Banco, y varios pisos destinados a oficinas y viviendas para renta.

JB gana el concurso, destacando que “la idea que inspiró este proyecto fue la de erigir la ‘Casa de Francia’, dentro de los elementos más clásicos de los estilos franceses del siglo XVIII. No se ha buscado crear nada nuevo, sino adaptar formas ya consagradas y mantenerse estrictamente dentro de los cánones de esa época”.

Tanto en el caso de la Algodonera como el de la Cristalería Rigolleau se manifestará lo que algunos autores han denominado “paternalismo industrial”: una suerte de “alianza” entre obreros y patrones, en la que estos últimos brindaban a sus empleados acceso a la educación técnica y a actividades culturales, a la recreación y, en algunos casos, a una vivienda digna. Como contrapartida, los obreros eran formados para las tareas fabriles y hacían propia la empresa, se “fidelizaban” en términos contemporáneos. Enrique Shaw, directivo de Rigolleau y yerno de Bunge, representó una versión radical de estas posiciones, lo que curiosamente, ha promovido un proceso de canonización, que puede finalizar con la primera declaración de santidad de un empresario por la Iglesia Católica.

En concreto, la Algodonera contaba con un club para los trabajadores en la cubierta, equipado con una “terraza verde”, de las que había muy pocas en el Buenos Aires de esa época, y una amplia piscina. Oscar Antonelli, trabajador de la Algodonera, recuerda haber compartido la pileta con el hijo menor de Bemberg, en alguno de esos “sábados ingleses” que concurría al club mencionado.

Junto a otros estudios, el del arquitecto Bunge proyectó el edificio de la Sede Central del ACA (1941-43), sobre la avenida Del Libertador.

El arquitecto Liernur, define al edificio como “una pieza sorprendente”, en el que “se expresaron el complejo compromiso de sus autores y las ambiguas relaciones entre Modernidad y Clasicismo tardío que caracterizan el período. En ningún otro caso adquirió una forma tan elocuente la dramática división entre la fe en la eficiencia funcionalista, aplicada a la arquitectura utilitaria, y la perplejidad frente a ese Modernismo despojado de sus valencias estéticas y reducido a ingeniería”. Típico ejemplo de lo que dio en llamarse “nuevo monumentalismo”.

A partir de un plan pensado para Claromecó, abortado por la crisis del treinta y un acuerdo que nunca se firmó con el ferrocarril para que construyera un ramal de acceso, hay muchas ideas e intenciones que se materializarán en el proyecto Pinamar: una estricta zonificación (un centro urbano, un barrio obrero, una cancha de golf, y tierras de reserva, entre otros sectores), indicaciones muy particularizadas para fijar los médanos y forestar, y una propuesta para construir algunos edificios claves (hoteles, pequeños comercios, escuela, iglesia, algunas viviendas permanentes, etc.) y los servicios mínimos necesarios. Pero lo más interesante son las recomendaciones finales de JB: las construcciones indicadas “distribuidas en forma estratégica darían fácilmente impresión de algo ya definitivo, diferenciándolas de esas especulaciones a base de dibujos sobre las cuales está la gente muy escarmentada” construir y vender algunos chalets económicos “y seguir edificando otros más con el dinero obtenido por la venta” y cobrar las primeras cuadras pavimentadas a los dueños de los lotes frentistas “y con el importe se proseguiría pavimentando las calles de otros radios, hasta llegar a recuperarlo totalmente”. Como se ve, un verdadero modelo de gestión, en términos contemporáneos.

El plan director de Pinamar, el instrumento que dio existencia legal a la nueva localidad, fue aprobado en 1943 por las autoridades bonaerenses. En la memoria respectiva, JB define su proyecto como el “trazado de una ciudad jardín, hecha en forma irregular siguiendo los desniveles del terreno”. El plan comprendía distintas zonas: balnearia, paralela a la costa, el espacio del turista; intermedia, donde localiza el centro cívico y diversos equipamientos para los residentes temporarios, lotes de mayor tamaño y reservas forestales; y finalmente, industrial y obrera, a la que llega el ferrocarril y donde ubica también una área cívica y de equipamiento, pero para la población permanente.

El desarrollo integral del balneario significó el involucramiento de JB durante muchos años. Se improvisó como ingeniero agrónomo para fijar las dunas y forestar con éxito cientos de hectáreas que eran originalmente campos ralos. Resolvió un tema central, la accesibilidad vial y ferroviaria al Balneario, con gestiones personales ante la Dirección de Vialidad y la gerencia de los ferrocarriles, ofreciendo cooperar económicamente en el asfaltado de la ruta desde Madariaga y en la prolongación de la línea ferroviaria hasta Pinamar. Se encargó de la provisión de agua y energía eléctrica, construyó las primeras viviendas, comercios y el actual Playas Hotel, donó tierras para mejorar y completar los equipamientos necesarios y hasta puso en funcionamiento una fábrica de materiales para facilitar las cosas. Supo entusiasmar con su proyecto a familiares, amigos y conocidos, y lograr el apoyo financiero de los mismos. Se compromete decididamente en el marketing y venta del producto final de la empresa, las parcelas de la ciudad jardín: contrata ómnibus para traer a los interesados desde Buenos Aires y Mar del Plata y los aloja y agasaja, primero en carpas, y más tarde en el Hotel Pinamar, todo sin cargo.

Se puede agregar, tal como expresa el título de esta nota, que Jorge Bunge, con sus obras y proyectos, con sus emprendimientos e innovaciones, con sus intereses artísticos diversos, con su capacidad de adaptación a tiempos y sociedades en acelerado cambio, con su compromiso y apuesta a fondo en todo lo que encaró, puede sintetizar el camino que la sociedad argentina transitó, con sus sube y baja, durante la primera mitad del siglo 20.