¡Por supuesto que sí a la vida!

¡Claro que sí a la vida! Quienes han instalado esta frase, con la intención de desmerecer el reclamo por la legalización del aborto, deben comprender que justamente se trata de eso, de defender la vida de miles de mujeres que mueren por ser víctimas de un sistema ineficiente.

Ana María Acevedo era una chica humilde, oriunda de Vera, Santa Fe, que trabajaba como empleada doméstica, con 19 años y tres hijos. En mayo del año 2006 acude al hospital de Vera por un dolor de muelas. Durante varios meses le recetan antibióticos y no investigan nada más. El dolor persistía, entonces Ana María decide, en noviembre, viajar a Santa Fe para consultar en el hospital José María Cullen, donde le realizan los estudios necesarios, le diagnostican un sarcoma (un cáncer) y la derivan al hospital Iturraspe para el tratamiento. Luego de transcurrido poco tiempo, Ana María le comenta al equipo médico del Iturraspe que tiene un atraso y se confirma un embarazo. Ya que no se puede realizar quimio y radioterapia en embarazadas, ella y su madre solicitan un aborto terapéutico para continuar el tratamiento. El comité de Bioética del Iturraspe desestima el pedido y la obliga a continuar con su embarazo hasta el 26 de abril, día en el que le inducen el parto a las 25 semanas de gestación. Nace una nena de 450 gramos que muere a los dos días y tres semanas después, el 17 de mayo de 2007, tras una larga agonía, Ana María fallece, dejando a tres niños solos y una familia destruida. Ana María podría haber vivido. Tenía un tumor tratable, de apenas 3 cm cuando se lo diagnosticaron, que no se había ramificado. El caso de Ana María estaba contemplado por el artículo nº 86 del Código Penal, pero es uno más de tantos casos que ocurren en Argentina, quedan ocultos y en silencio para la mayoría. El viernes 19 de septiembre de 2014, frente al Hospital Iturraspe de la ciudad de Santa Fe, sobre esquina de Av. Freyre y Bv. Pellegrini, fue inaugurado el Paseo Ana María Acevedo, que recuerda a la joven fallecida producto de que le negaran su derecho a abortar para salvar su vida. El intendente José Corral y otras autoridades estuvieron presentes en el acto, junto a los padres de Ana María y los tres hijos, Juan David, Aroldo y César. Luego de las palabras alusivas y de la entrega de la ordenanza que impone el nombre al Paseo, Norma (madre de la víctima), con lágrimas en su rostro dio testimonio recordando a su hija y agradeciendo por la iniciativa del paseo en su memoria. El evento culminó con el sello de los aplausos al grito de “Ana María, presente”. Un lapacho rosado fue plantado en su honor y crece hoy en la plazoleta que recuerda su vida.

En otra provincia, Tucumán, una joven llamada Belén fue condenada a ocho años de prisión, acusada de haber asesinado a su bebé luego de tener un aborto espontáneo. El hecho ocurrió el 21 de marzo del 2014, cuando llegó a la guardia del Hospital Avellaneda, de San Miguel de Tucumán, con una hemorragia vaginal intensa y fue acusada de provocarse el aborto. Del total de la condena, llegó a estar en la cárcel casi tres años, hasta que el máximo tribunal de esa provincia ordenó su liberación por considerar que la detención “fue irregular” y, hace pocos días, la Corte Suprema de Justicia decidió, por unanimidad, absolverla de culpa y cargo. Agrupaciones feministas de todo el país marcharon y gritaron a viva voz por todos los medios, por la vida y la liberación de la joven Tucumana. “¿Ahora quién me va a devolver los tres años que pasé encerrada?”, se preguntaba la joven, aún sin encontrar respuesta, en diálogo con Página 12. Declaró, además, que considerar la decisión de la Justicia y su caso “les va servir a muchas mujeres para darse cuenta de que tenemos derechos. No tienen que tener miedo de ir a una guardia porque no todos los médicos son como los que me denunciaron a mí. Pero lo que me pasó a mí les podría haber pasado a varias. A mí, además, no me defendieron bien los abogados y me señalaron con el dedo”. Después de dejar la cárcel le costó superar el golpe de estar presa. “Me agarraban ataques de ira y gritaba un montón en mi casa. Por todo lo que pasé. Empecé a hacer terapia. Lloré un montón. Después tuve ataques de pánico, y no podía salir a la calle, salvo que saliera con mi mamá o mis hermanos. Y tuve que dejar la terapia porque no podía ir. Gracias a Dios lo superé. Anoche trataba de dormir y se me venían recuerdos del penal, cuando ingresé, que fue horrible. Por ahí me vienen flashes a la cabeza, me veo rodeada de gente. El otro día me desperté llorando, me veía rodeada de hombres, de policías, tal cual como cuando desperté en la guardia y me estaban mirando abajo [en sus partes íntimas]. Ahora estoy más tranquila”, señaló. No deja de mencionar que los abogados defensores le pedían dinero que ya no podía solventar y que la defensora oficial que fue a verla antes del juicio, Norma Bulacio, le dijo que tenía que hacerse cargo del tema. Hasta que la verdadera ayuda llegó de la abogada Soledad Deza (de Católicas por el Derecho a Decidir), que fue quien le enseñó que tenía derechos y que no estaba sola en esta lucha. Hoy Belén espera superar tanto dolor y reconstruir su vida; tiene planes de estudiar literatura y casarse. No quiere volver a su provincia, Tucumán, por los malos recuerdos que la inundan.

Ana María y Belén: una, muerta; la otra, presa por años. Mujeres víctimas de un Estado cruel e injusto que supo enredarlas en su telaraña burocrática y mostrar, a todas luces, la ineficacia del sistema. Éstas son dos historias de vida, pero hay miles para contar. Y éste es el debate por la despenalización del aborto en Argentina. ¡Claro que sí a la vida! Quienes han instalado esta frase, con la intención de desmerecer el reclamo por la legalización del aborto, deben comprender que justamente se trata de eso, de defender la vida de miles de mujeres que mueren por ser víctimas de un sistema ineficiente. La apropiación del lenguaje que instalan al decir “por la vida” es egoísta, ya que todos estamos de acuerdo en eso. Nadie discute el valor de la vida. Lo que acá se está debatiendo es la “clandestinidad y la criminalización” de un práctica que ya existe y cobra vidas, justamente. Decimos no a la clandestinidad porque está comprobado que, en los países que han despenalizado el aborto, no subió la cantidad de los mismos y, positivamente, bajó el número de muertes de mujeres. También decimos no a la criminalización porque con este actual sistema condenamos a las mujeres a cárcel por abortar… (y diré repetidamente todas las veces que sea necesario: “Es una decisión netamente personal”) pero les pregunto: ¿y la otra parte que puso la “semillita”? ¿Qué condena les cabe y cómo la aplicamos? Quizás necesitemos una lupa para encontrar esa parte de la responsabilidad del hombre que nos estamos olvidando. “¡Arreglate sola con los críos! ¡Jodete por abrir las piernas!”, subyace como mensaje del Estado y se escucha por ahí. Así funciona. Acusamos a la mujer de abortar pero damos libertad al hombre para huir, libre de sus responsabilidades de vida. ¿Saben una cosa? La vida se nos pasa, y si no hacemos algo… seguimos en la misma. Por eso, no dejo de asombrarme al escuchar que quienes pedimos la “despenalización del aborto” no estamos a favor de la vida, transformando este pedido en un Boca-River arbitrario. Esto no es un juego; esto es un debate de salud pública. Las creencias religiosas son del ámbito privado; cada uno es libre de creer lo que quiera y eso se llama libertad, pero como Estado tenemos la responsabilidad de encontrar una solución a esta problemática en Argentina. Y, como mencioné en mi editorial anterior (ver “Los nuevos desafíos implican la búsqueda de soluciones concretas”), este proyecto pretende ser una respuesta concreta, que debe ir acompañada por educación sexual integral y, más aún, por un cambio cultural y de pensamiento. Y, si existe otra solución al problema, ¡bienvenida sea! Por ahora no hemos escuchado propuestas innovadoras de otro cantar. Lo real que tenemos hoy son desafíos que enfrentar y, para ello, un buen ejercicio es comenzar a preguntarnos “pequeñeces” no tan pequeñas, como, por ejemplo: las mujeres somos fértiles algunos días al mes y los hombres, siempre. ¿Por qué las corporaciones farmacéuticas no invierten en los anticonceptivos masculinos que, sabemos, están siendo producidos en otros países? Y si hoy sale al mercado la píldora anticonceptiva masculina (ya en prueba y análisis), los hombres… ¿la tomarían? La planificación familiar es una responsabilidad mutua, pero la verdad es que la carga está condensada en la mujer. Por eso, erradicar el “aborto inseguro” de Argentina es un derecho para la vida de las mujeres que aún están vivas. ¡Sí a la vida!